El liberalismo en peligro

¿En peligro? ¿Quién lo dice?

Pues lo dice Pedro Schwartz, catedrático de Historia del Pensamiento Económico, ex presidente de la Mont Pelerin Society, que ha estudiado el tema durante toda su vida.

¿Dónde?

Lo explica en su MOOC, que ha sido patrocinado, desarrollado, apoyado por la Fundación Rafael del Pino, lugar de tantos encuentros de liberales, y que marca con su sello de calidad todo lo que hace. Tengo la suerte de pertenecer al equipo académico de este curso gratuito, en el que Pedro Schwartz analiza desde su particular punto de vista, los orígenes del liberalismo, el presente, los peligros que amenazan la libertad y su futuro. Todo ello, de la mano de los gigantes intelectuales que sostienen el pensamiento liberal.

La inscripción está abierta y es gratuito. Hay que entrar en esta página https://www.frdelpinoenred.com/cursos/pensamiento-lideres-pedro-schwartz/  registrarse e inscribirse.

El curso comienza el lunes 15 de enero y habrá gran traca final en el último módulo. La flexibilidad de horarios, el seguimiento en los foros, la interactividad hacen de este curso una oportunidad fantástica para convencidos pero también para quienes simplemente son curiosos o tienen interés en conocer qué hay detrás de lo que se etiqueta como liberalismo.

El propio Pedro os lo cuenta:

 

 

El río está revuelto: hagamos un paréntesis. O dos.

 

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Cada vez con más frecuencia, se me mira de reojo, se me señala con el dedo y se me acusa de no estar sobre la linea. Esa que marca lo que debe ser, lo que debo pensar, lo que un libertario mega-austro-paleo-super-nosequé, que son la única especie de libertario que existe, defiende. Y, curiosamente, muchas veces me suena más a «bajo-palio» que a «austro-paleo» (alguno de los cuales conozco y respeto). El viejo truco de jugar con las etiquetas para arrogarse la autoridad de trazar el camino, señalar la luz y separarla de las tinieblas.  Un aburrimiento.

No por nada. Yo no me aburro fácilmente. Es que son los mismos argumentos, el mismo olor a rancio, la misma mirada, que ya me lanzaron a las tinieblas hace mucho tiempo, y que me destierran allí de vez en cuando, cada cierto tiempo, cuando cuestiono lo que veo.

Yo cuestiono la deriva que está tomando el libertarianismo y/o liberalismo clásico (perdón, que ya sé que alguno es muy tiquismiquis con esto, pero en España nadie habla de libertarianismo, apenas tiene claro la mayoría de la población qué es eso del liberalismo; claro que también sé el afán por inventar «palabros» que tienen esas mismas personas tan quisquillosas con las definiciones; personalmente, a mí basta con que me llamen María). De repente el Estado ha dejado de ser el enemigo de la libertad y ahora lo es el feminismo (de izquierdas, porque al feminismo individualista ni lo consideran, especialmente porque les obliga a ceder y plantearse que hay una mentalidad machista que tira de espaldas, como cuando no se ha aireado una habitación por meses… que igual les gusta porque ya se sabe que el macho-macho ama oler mal; y que mostrar ese hecho no implica ser estatista). El enemigo no es el Estado sino el secesionismo (y ahí, el nacionalismo de un lado y otro se hace más violento si cabe). El enemigo no es el Estado sino los gais, la diferencia sexo/género (ojo! yo NO defiendo la ideología de género, y no tengo que dar explicaciones, miren YouTube), las familias no convencionales y, ya puestos, el pensamiento no pautado sino espontaneo, la respiración sin permiso. Porque «eso» y mucho más van a destruir la civilización.

Gran error, amiguito. «Eso» va a destruir … ya ha destruido el orden que tú conoces, tu status quo, tu mapa de poder en la sociedad. Las instituciones son evolutivas, cambian, no mutan diseñadas por un plan. Y no me refiero al Senado o a sistema educativo (ojalá dejaran que evolucionara, ¿verdad Laura Mascaró?). Me refiero a las instituciones espontaneas. Igual que el cambio tecnológico YA ha sucedido y ahora toca ir amoldándose, el cambio que tratas de evitar, ya ha pasado y solamente te queda aceptar que no puedes revertirlo.

La diferencia entre quienes somos periódicamente enviados al Averno (os saludo compañeros, no os nombro pero sé que sabéis que os miro a vosotros) y quienes nos mandan allí es que a nosotros no nos molestan los palios mientras no nos los impongan. Siempre que cada cual acepte su responsabilidad, con cárcel si hace falta. Sin privilegios, ni chanchullos por el bien de la causa. Yo entiendo que tenéis que aprovechar esta «ventana de ocasión» que ha propiciado el esperpento de Trump, la confusión creada por la radicalización de la derecha en Europa, que aparece, de nuevo, (es que no tienen imaginación) como salvación necesaria y única frente a las hordas de la izquierda radical (que son reales, por otro lado), contra el Islam asesino, contra… (y aquí es cuando ante este río revuelto, los pescadores no son lo que parecen)…¡contra usted mismo! que no sabe lo que le conviene a la civilización. Y te dicen, «mire usted, que yo no pido subvención, estoy por la bajada de impuestos, respeto (descalifico pero respeto) a quienes no piensan como yo… pero créame cuando le digo «ARREPENTÍOS PORQUE EL FINAL ESTÁ CERCA». Así no se puede.

Todos ellos se olvidan de que la defensa de la libertad/responsabilidad individuales, el principio de no-agresión y la no-coacción no implican negar evidencias, imponer cánones morales, y tratar de sacar tajada amedrentando (justo como hace, mira tú qué cosas, la izquierda más bruta que tanto detesto). Digan lo que quieran, insulten, vociferen,  pero no traten de suplantar el espíritu libertario, donde caben todas las religiones que acepten esos principios, y todos los modelos de familias con el mismo requisito, y se pueden analizar todos los problemas que se pongan encima de la mesa, siempre que sea desde una perspectiva individualista no coactiva. Desde la hoguera a la que me condenan, yo no me callo. No me quema el fuego.

 

 

 

El codazo amigo

wink

Este post está dedicado a Alejandro Chafuén, un amigo a quien leí, por primera vez, la expresión «liberales progresistas» refiriéndose a los libertarios que no son conservadores, según deduje de su explicación.

De ese momento hace ya unos días, pero están pasando muchas cosas dolorosas en mi país y no he encontrado el momento de escribir estas ideas sugeridas por mi amigo Alex.

Recuerdo que su comentario en Facebook venía a propósito de una noticia sobre la inmigración. Mi única reacción fue responderle «Liberal progresista… ¡vaya!«. Y su explicación incluía a Hayek y la religión. Como sé que él emplea las redes sociales como distracción, traigo su artículo publicado en el Acton Institute donde argumenta en el mismo sentido que lo hizo en Facebook. Básicamente, parece que los estudiosos de Hayek, que aprueban sus ideas libertarias, deben necesariamente también aceptar sus puntos de vista de todo lo demás. Para Hayek, tal y como lo cita Chafuén, es «el racionalismo intolerante y feroz» el responsable «del abismo que, sobre todo, en el continente europeo ha llevado durante varias generaciones a la mayoría de las personas religiosas del movimiento liberal a posiciones verdaderamente reaccionarias en las que se sentían cómodas. Estoy convencido de que, a menos que se pueda llenar esta grieta entre las verdaderas convicciones liberales y religiosas, no hay esperanza de un resurgimiento de las fuerzas liberales”. Las personas religiosas del movimiento liberal deberían reflexionar sobre esto. Yo soy partidaria de abandonar aquello que nos lleva a ser intolerantes de manera más o menos feroz. El racionalismo puede ser intolerante y feroz, pero no es lo único que nos puede llevar a mostrar esa intolerancia. La radicalización de las creencias incluidas las religiosas también.

Pero, sea como fuere, lo que me llama la atención es el aparente imperativo que plantea Chafuen respecto a aceptar todo o nada de Hayek. Se diría que si te cuestionas las leyes anti inmigración, mencionas la discriminación de la mujer, o si te cuestionas cualquier otra cosa, eres un liberal progresista, o marxista cultural, o cualquier otro insulto, o apelativo descalificador que tus propios compañeros de trinchera tienen a bien regalarte, solamente por desarrollar tu pensamiento crítico. ¡Qué oportunidad perdida de aprender unos de otros! Yo, por mi parte le agradezco a Chafuen que glose a Hayek quien afirma: “Creo que es importante que comprendamos plenamente que el credo liberal popular, más en el continente y en América que en Inglaterra, contenía muchos elementos que, por una parte, llevaban a muchos de sus partidarios directamente a las puertas del socialismo o del nacionalismo y, por otra parte, convertía en adversarios a muchos que compartían los valores básicos de la libertad individual, pero que eran rechazados por el racionalismo agresivo, que no reconocía más valores que aquellos cuya utilidad (para un propósito último que nunca fue revelado) podría ser demostrada por la razón individual, y que suponía que la ciencia era competente para decirnos, no sólo lo que es sino también lo que debería ser”.

En mi opinión, el «deber ser» es un tema demasiado delicado como para que se establezca como el criterio que debe unir o no a las personas en la defensa de la libertad. Porque de lo contrario ningún ateo podría ser libertario, ningún agnóstico tendría nada que aportar, y sé que Alex conoce a muchos ateos y agnósticos que han sido y son amigos suyos y le han aportado mucho en su trayecto intelectual. Insisto que la intolerancia respecto a cómo se configura el «deber ser» del prójimo causa, normalmente, tremendas grietas en todos los grupos sociales (familias, amigos, compañeros de ideología…). Jalear a las estrellas de las redes que fácilmente caen en la búsqueda de su propio lucimiento situándose «contra» los otros, porque vende menos el buscar zonas comunes, es peligroso porque trae consecuencias no deseadas, como la fractura dentro del liberalismo. Y no me importaría si no fuera porque los enemigos de la libertad son cada vez más, y más fuertes.

Muy importante me parece el daño que el utilitarismo está causando, especialmente en quienes se acercan al poder con ideas utilitaristas de «colocar a alguno de los nuestros por el bien de la causa«. Eso sí que es tremendo. Un caso muy cercano porque está habitualmente en las portadas de los periódicos es el supuesto «liberalismo» de Trump. La proximidad de pensadores libertarios a alguien como Donald Trump con la justificación de «infiltrar ideas buenas» es muy poco convincente. Otra cosa es que si baja los impuestos me parezca bien, como aplaudo el que el socialista Felipe González comenzara el proceso de privatización en España, sin hacerme por ello en absoluto socialista. Y en el caso de Trump no hay ningún tipo de rechazo al supuesto conservadurismo del presidente (que, desde mi punto de vista, no es ni conservador, ni progresista, ni libertario ni nada). Entiendo que el hostigamiento de la prensa demócrata es como una apisonadora. Pero eso no hace mejor a Trump, sino peor (aún!) a los demócratas.

Es en estos momentos en los que hemos de aferrarnos a los principios de la libertad y la responsabilidad individuales, como decían José Benegas y Gabriel Zanotti en su particular Declaración de los Derechos Humanos: «Las personas privadas tienen derecho a cruzar las fronteras políticas con fines pacíficos«. Gracias a eso, el propio Alex pudo llegar a Estados Unidos desde su Argentina natal, formar una familia feliz y trabajar en una empresa estadounidense. Si, en vez de cerrar fronteras, luchamos por acabar con la «llamada» del estado de bienestar, solucionaremos el problema sin conclucar libertades de nadie. Es más largo el camino. Bueno. Nadie dijo que esto fuera fácil.

#youtoo

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El pasado 14 de octubre la Academia de Hollywood expulsaba al productor Harvey Weinstein debido al escándalo en el que se ha visto envuelto tras ser acusado por diversas actrices de acoso y abuso sexual.

A partir de ahí se puso en marcha una campaña para visibilizar el acoso y el abuso sexual a mujeres que durante décadas han permanecido en silencio. La respuesta a la campaña ha sido espectacular. Muchísimas mujeres, con el hashtag #metoo (yo también, en español) han contado la terrible experiencia que sufrieron hace años, o meses, o ayer. Mujeres del mundo del cine, de la moda, mujeres conocidas y anónimas han participado abiertamente. Incluso otras muchas que no sufrieron abusos han puesto el hashtag #metoo y han manifestado su apoyo. Lo he visto hasta en hombres cuya intención era aportar su granito de arena y sumarse a la causa.

Pero me pregunto cuál es esa causa. Porque si se trata de evitar que sigan sucediendo esas situaciones, en silencio, con la complicidad de hombres y mujeres, en el trabajo o en la familia, creo que esta campaña no lo va a lograr. ¿Por qué? Porque el culpable queda en la sombra. No fue el caso de Weinstein, quien fue señalado por actices concretas que contaron lo que pasó y cuándo. Eso es efectivo. Eso permite que se tomen medidas, que haya repudio social contra personas concretas. Pero ¿de qué sirve levantar la mano y decir que abusaron de ti o te acosaron pero no dices quién? Sirve para seguir dándole poder al que te hizo eso. Sirve para perpetuar el silencio. Sirve para trasnmitir el mensaje de que no hay que avergonzarse pero el culpable no va a pagar por ello. Desde mi punto de vista es una manera de dar un paso hacia adelante pero no se soluciona lo que se pretendía.

Entiendo que ante un hecho semejante, una persona está en su perfecto derecho de, por las razones que sean, decidir no contarlo. Puede ser que no sea bueno para su recuperación. O no de momento. Hay infinidad de razones en las que no voy a entrar porque no es ese el tema, y sobre las que nadie tiene derecho a hacer un juicio de valor. Y entonces decide solucionar las consecuencias por su cuenta, acudir a terapia, contarlo a personas concretas sin hacerlo público. Todo eso me parece más que respetable. Pero si decides denunciar el silencio cómplice,  decir #youtoo (tú también) señalando a quien abusó, es mucho mejor que #metoo y seguir permitiendo que el silencio y el miedo sean la garantía de inmunidad de quien te hirió.

Más allá de las intenciones: los hechos de Los Jordis

Ayer escribía en las redes que son contraria al delito de odio porque son los actos los que pueden ser constitutivos de delito. No las intenciones. Y tuve que aclarar que a los Jordis se les ha encarcelado preventivamente por sus actos, no por sus sentimientos. Ahora añado que tampoco se les ha encarcelado por manifestarse, sino por organizar activamente una revuelta violenta, con empujones, con daños materiales a varios coches de la Guardia Civil y con la retención de una letrada de la Administración de Justicia, y un grupo de agentes desde las 22:00 hasta las 7:00 am del día siguiente. Y dejo partes del texto del auto.

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La maldición equidistante

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Cada vez que una se retira, da un paso atrás para observar o para reflexionar. Cada vez que presento mis respetos junto con mis dudas al respetable público en las redes sociales. Cada vez que un tema me resulta demasiado complicado y me doy cuenta que opinar trae consigo un alto riesgo de patinar por ignorancia, alguien me desprecia porque interpretan que no me mojo, no me muestro, no me sitúo en ningún lado de la frontera. Soy «equidistante». Equidistante entre comillas porque es un insulto. Y te citan el versículo donde Dios vomitaba a los tibios. Y sacan pecho con su bandera (una o la otra) orgullosos porque ellos sí saben qué es lo correcto, dónde está la justicia y la verdad.

A todos vosotros os tengo que decir con todo respeto que no me importa nada vuestra mirada, vuestra reprobación y vuestro desprecio. Me da igual. Y voy a seguir dándole vueltas y preguntando, leyendo, analizando el tiempo que necesite o me dé la gana. Gritad lo que queráis vuestras consignas.

Yo hoy, sábado 7 de octubre, no estoy con mi bandera española en la plaza de Colón en Madrid, no solamente porque estoy en Jaén, sino porque mi corazón no está ahí, está aquí con mi familia. Pero mañana mi corazón estará en Barcelona. Con Felix Ovejero y aquellos catalanes que han permanecido callados e ignorados durante mucho tiempo. Los que no han votado el referéndum. Los que se quedaron huérfanos de partido político (socialistas y peperos) y trataron de unirse para crear una plataforma nueva y diferente. Y lo lograron. Y pasó lo que fuera después, pero lo hicieron.

Tengo amigos independentistas convencidos, como Marco Bassani, que casi me convence. Y les respeto. Como respeto a quienes creen en la unidad de España ciegamente. He dicho varias veces que mi modelo sería una España federal, sin escupirnos a la cara.

Pero más allá de los modelos ideales, de plantearse si la secesión es un derecho o no, hay algo que parece que olvidamos. La situación de los catalanes no nacionalistas ha llegado a límites insoportables. El que las empresas estén trasladándose muestra hasta dónde las cosas van en serio. Que haya profesores como Félix y tantos otros que estén pasándolo mal, ciudadanos de a pie, que tienen miedo, medios de comunicación, que no menciono por si las moscas, cuyos directores, amigos también, te cuentan el estado de terror que viven, cómo la arbitrariedad  ha tomado el poder, es un completo sinsentido.

Pero esa situación no ha sobrevenido de la noche a la mañana. Es el fruto de años en los que estos catalanes han estado completamente abandonados y olvidados. Cuando vi al rey decirles «No estáis solos», pensé que le faltó añadir «no como hasta ahora». Porque mientras los políticos del PP y del PSOE negociaban con los políticos nacionalistas y les daban más dinero y más poder, esta buena gente veía cómo caía el nivel de oxígeno y cada vez les resultaba más difícil respirar. Sentían la presión y la represión en sus trabajos, en la administración y se defendían o callaban, completamente solos. Muchos de los que hoy estaban con la banderita han votado una vez y otra a todos esos políticos del PP y del PSOE que perseguían victorias electorales y gobernaban «para todos» excepto para ellos, los catalanes olvidados.

Y por eso mi corazón mañana estará manifestándose con ellos. Estaré allí con mis dudas, mi necesidad de conocer, de escuchar, mi defensa de la ley y de la necesidad de que se modifique porque está al servicio de la sociedad y no al revés, y con mi idea de que la secesión debería ser algo posible. No así, desde luego, pero posible. Una secesión votada con garantías, sin pisotear a la mayoría silenciosa que mañana sale, por primera vez y se expresa. Sean tres o tres millones, estaré allí.

La sociedad-simulacro

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Reconozco que, tras el atentado de Barcelona, que me pilló fuera de España, me habría encantado escribir algo como lo que publiqué en noviembre del 2015 a raíz del atentado en París (aquí), donde afirmaba:

Este sinsentido se repite cada vez que hay un atentado, un ataque armado, una catástrofe. Es una situación que daña la capacidad de reacción de la sociedad civil. Alguien se preguntaba por qué nadie se había lanzado contra el tipo armado que les iba a matar. Falta de costumbre. No nos defendemos, pero lo que es peor, ni se nos pasa por la imaginación hacerlo sin permiso.

Las acusaciones, la justificación, la confusión generalizada. Me pregunto para qué todo esto. Me pregunto hacia dónde nos va a llevar esta merma social.

Desde entonces, esa merma social de la que hablaba ha crecido exponencialmente y ya es viral. Ahora se presenta a los terroristas como buenos chicos, que saludan a sus vecinos en la escalera. ¡Cuántos psicópatas no habrán cumplido con el sacrosanto ritual de saludar a los vecinos y parecer «buena gente»! ¿De verdad creen que los terroristas en la sombra iban a manifestarse como seres abyectos y desagradables ante sus vecinos? ¡Claro que no! ¡Es de 1º de terrorismo!

Ahora, las cosas se han deteriorado tanto que la gente de la calle no puede decir «terrorismo islamista» porque te llaman islamófobo, y cuando hay un atentado terrorista islamista se emplean gestos, códigos extraños, eufemismos. O se dice «islamista» seguido de una larga retahíla de disculpas, como si uno fuera culpable de algo pero, en realidad, no, que no es que te arrepientas de decir islamista, porque está reivindicado por islamistas pero no odias a toda la población adscrita de palabra, obra o pensamiento al Islam hoy, en el pasado o en el futuro (que es cada vez más turbio e improbable), sino que solo estás describiendo qué tipo de terrorismo es, dado que ha sido reivindicado por unos tipos (buenísimos vecinos y grandes personas, por otro lado) que pertenecen al Daesh y gritaban «Alá es grande» mientras mataban gente. Y oye, casi que mejor no decir nada, no vaya yo a ser una asquerosa islamófoba occidental capitalista.

Pues soy occidental y capitalista. Pero no islamófoba. Y el atentado de Barcelona, le pese a quien le pese, fue islamista. Si hubiera un grupo terrorista que matara en nombre, no ya de Dios, o de un país, sino de mi familia, de mi apellido, yo me sentiría fatal, me dolería en el alma, pero tendría que seguir llamando las cosas por su nombre. No somos lo que decimos, somos lo que hacemos. Y aunque no todos los musulmanes son terroristas , los terroristas que matan en nombre de Alá son musulmanes, pertenecientes a un grupo radical, muy radical, mega radical, pero musulmanes.

Se definen por sus actos quieres rompen carteles que piden paz porque lo piden en una lengua que no es la tuya. Y los que insultan. Los que acosan. Los que ridiculizan o se burlan. Los que emplean el humor para mostrar que no tienen miedo, y los que lo utilizan para esconder su miedo.

Pero no se habla mucho de las acciones que no se hacen o las palabras que no se dicen. El silencio cómplice, la pasividad agresiva. Esa es la estrategia social aprendida. No hablamos cuando hay que hacerlo, no actuamos cuando hay que hacerlo, y cuando finalmente pasa alguna desgracia, simulamos reaccionar. Demasiado tarde y de manera tan falsa que resulta obsceno.

Lo que hemos vivido tras el atentado terrorista islámico de Barcelona es la manifestación de una concatenación de simulacros: simulación de una independencia que no me molesta, excepto porque está machacando a una mayoría de catalanes silentes, ante los ojos de gobernantes que han dejado pasar el tren constitucional hace tiempo; simulación de indignación y dolor ante un atentado sin que apareciera una sola pancarta haciendo referencia a él, y donde las grandes ausentes eran las víctimas, inocentes, internacionales, turistas, paseantes, cuyas familias y amigos sufren de verdad. Y también el incendio simulado en redes sociales que se queda en las redes, donde se juzga, insulta, condena, tras un nickname o a cara descubierta, pero donde uno no se juega la piel porque siempre puede cerrar Facebook, o Twitter, incluso borrarlos, y donde la memoria es de pez.

La realidad: ante los atentados, no ha pasado nada. Nada va a pasar. No hay una sociedad civil que respalde esa indignación. Es un simulacro.

The N worLd (no this N, the other N)

VENEZUELA-PRESIDENCIA

 

Es sabido que en Estados Unidos, mencionan las palabras tabúes por su inicial, como the C word por cáncer, the F word por fuck, etc. Si hay un tabú en lo que se refiere a la situación venezolana es the N word, por NARCO. (Hay otra N word, pero no me refiero a esa).

La dictadura de Maduro no es una dictadura opresora, asesina, ilegítima, y todas las cosas que se nos ocurra, solamente. Es ante todo una narco-dictadura. No se dice muy abiertamente en redes, no se habla en las noticias del narco-gobierno, se insiste en que financian a este partido o al otro, a veces, cuando hay alguna detención se pronuncia la palabra «sospecha», como un manto que lo cubre todo, y el silencio, el cómplice más cobarde, se vuelve viral, se contagia, no sea que digas algo que luego se vuelva contra ti, contra tu cadena o tu medio y acabemos atravesando el desierto de la defenestración, camino del exilio del olvido.

Quienes saben de verdad lo que pasa en Venezuela y tienen coraje, te explican que es como si un cartel internacional hubiera ocupado las instituciones estatales, empezando por el propio gobierno, pasando por el ejército. Un horror. Porque entre el petróleo y el dinero de la droga (que es un negocio nutrido por la prohibición, recordémoslo), estos delincuentes con mando en plaza tienen cuerda para rato. Y los mensajes que llegan a Europa de la oposición no hablan de eso, hablan de la violación de los derechos humanos, del hambre y de Maduro, pero no dicen en el Consejo Europeo que los venezolanos están secuestrados por una banda internacional de narcotráfico. Pero esa situación, con todo lo terrible que es, no es el peor escenario. Porque en Colombia, los narcotraficantes de la guerrilla, en muy poco van a ocupar también las instituciones, ya están avanzando en el blanqueo de imagen, y lo están haciendo muy bien. En España sabemos con qué facilidad los terroristas lavan su cara y ganan ayuntamientos en una interpretación pervertida de la democracia. Y en México también hay problemas en las relaciones «sospechosas» entre las instituciones y los narcos.

Por eso, más que the N word, hay que hablar de the N world, el mundo del narco, y cómo va a cambiar la realidad latinoamericana, cómo va a afectar a los demás socios internacionales, la Unión Europea, el bloque de influencia ruso, los Estados Unidos, etc.

El silencio, en este caso, además de cómplice, es fruto del negacionismo, no queremos ver, es mucho mejor no saber lo que está pasando para no tener que hacer nada, sobre todo porque ¿qué se podría hacer? ¿quién va a ser el primero que le ponga el cascabel al gato? No hay más que considerar todo el tiempo que ha pasado, el número de muertos, el hambre, la escasez de lo más básico en Venezuela que ha soportado Occidente antes de emitir taimados comunicados y proponer alguna sanción. Y eso partiendo de que se trata solamente de una dictadura donde reina la barbarie. Si añadimos el narco-tráfico, nos vamos a ver obligados a hacer algo más, ¿recuerdan a Noriega? Pues, fíjense, tal vez esa sería una solución para sacar a Maduro y sus chicos del poder.

El deterioro de nuestras instituciones crece, se agrava, se consolida. Nos permite ocultarnos tras nuestra legitimidad de cartón piedra, ser cobardes disfrazados de corrección y diplomacia, indignarnos en la televisión, en las redes sociales, mirando por un agujerito a través de nuestra comodidad y abundancia lo que viven en Venezuela, como si no nos afectara, como si fuera una realidad paralela. Y esa disociación de la realidad es lo que nos está matando por dentro.

Mientras tanto, agradezco a Diego sus explicaciones, su sinceridad y la gentileza con la que acostumbra a abrir los ojos a los demás. Ya los comensales de ayer por la charla en la que aprendí mucho, pero se me encogió el corazón como cuando te caes del guindo de la ingenuidad. Me pasa a menudo. Me lo tengo que hacer mirar.

La madre de todas las liberalizaciones

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«No es la madre de todas las liberalizaciones…» dice Alberto Mingardi, director del Istituto Bruno Leoni (y amigo), congratulándose por el éxito de Carlo Stagnaro tras la aprobación del proyecto de ley sobre competencia, que ya es una ley en Italia.

La madre de todas las liberalizaciones es la misma madre de la próxima revolución, y se trata de la liberalización/revolución de la conciencia, que creo que, por desgracia, tardará bastante. Porque cuanto más observo y estudio, ahora que estoy de vacaciones y puedo permitirme ese lujo (más silencio y más estudio libre), más me doy cuenta de los enormes sesgos que tenemos al percibir la realidad.

La competencia es mala, el mercado es culpable, el Estado es un ángel (o un demonio), y Venezuela falsea las elecciones y a la vez muere de hambre y de falta de medicinas. Como el gato de Schrödinger, cuya existencia es indeterminada porque hay un 50% de probabilidades de que exista y 50% de que no exista, nuestra realidad es incierta porque es permanentemente sometida por nuestra percepción a la tortura de los sesgos, tantos como sean necesarios, para poder seguir instalados en nuestra poltrona, la de la «verdad-verdadera».

Decidimos descontando el arrepentimiento potencial de una posible equivocación, decidimos dependiendo de cómo se nos presenten las alternativas, dependiendo de si lo hacemos en público o en privado, distorsionando el coste y los beneficios de las elecciones. Eso en el día a día. Así somos los individuos, impredecibles. Uno de esos recursos para reducir el pensamiento a su mínima expresión es generalizar creando entes abstractos a quienes culpar de nuestros errores. Venezuela no comete fraude electoral, son personas determinadas, que siguen órdenes de otras personas. Hay responsables con nombres y apellidos. Pedimos tomar medidas, sanciones que no van a afectar a los responsables, y lo sabemos, pero eso calma nuestra impotencia, al sentirnos maniatados observando cómo asesinan a jóvenes con nombres y apellidos, cómo viven desnutridos y sin medicinas millones de personas particulares e inocentes, sin que la diplomacia internacional haya previsto nada al respecto.

El mercado y la competencia frente al Estado y la intervención son también dos polos opuestos que se prestan a estos sesgos. El truco número uno es definir arbitrariamente la competencia como la lucha asimétrica de la que hay que defenderse porque puede aparecer alguien mejor que tú, en vez de considerarla como un instrumento no coactivo que elimina privilegios. El segundo truco es asumir que el mercado es inmoral, o que las personas (todas) que participan en él lo son antes o después, porque es un caldo de cultivo para que se desarrolle la ambición insana, el egoísmo salvaje y que saca lo peor del ser humano. Mientras que la intervención estatal siempre es llevada a cabo por seres que se esfuerzan por el bien común, el cual conocen, anticipan y a cuyo servicio están. Que, oye, hay corrupción, pero no vamos a juzgar a todos los políticos por unas cuantas manzanas malas, que hay mucha gente trabajadora y honrada dándolo todo por el bien del pueblo. Y, mientras defienden estas consideraciones aseguran que los ricos son el mal y los banqueros lo peor. Por culpa del mercado, sin duda, y la competencia.

El ejemplo, por supuesto, es la crisis del 2008. ¡Mira que ha tenido que venir el Estado a solucionar los errores del mercado y aún andamos defendiendo sus bondades y el famoso orden espontáneo! No es que tales gobernantes no han hecho cumplir tal legislación, o que tales banqueros han mentido, con el consentimiento de los supervisores estatales, etc. No, eso no. Nos ha salvado la regulación, los reguladores, el Estado. Pero si algo no cuadra con esa explicación, no pasa nada, siempre va a venir un economista de reconocido prestigio a contarnos la milonga que haga falta, y mejor, más artículos estériles publicados.

Y lo mejor es que esas quejas serían ciertas si el libre mercado implicara que la economía funciona automáticamente, como un mecanismo, sin sesgos en la toma de decisiones, con previsión perfecta, sin esa pertinaz capacidad de meter la pata y equivocarnos de los humanos. La cosa es que el libre mercado es otra cosa, y el orden espontáneo también.

Pero no me hagan caso. No estoy en el ranking.

 

 

 

Palabras mayores

realidad

Hablo con una amiga que lee Afrodita desenmascarada. Y de la conversación me brotan de nuevo las ganas de escribir sobre lo que de verdad me apetece, sobre lo que se me cruza por la cabeza. Sea o no política, sea o no economía, siempre será sobre algo humano. Sobre la emoción de un nuevo proyecto (siempre hay uno en el horizonte, como mínimo), sobre la frustración de la comunicación, sobre la inutilidad de los «nunca-suficientemente-alabados» avances de la ciencia. Curamos el cuerpo, y no siempre, y no sabemos casi nada de lo más divertido de la mente, ni podemos demostrar casi nada de lo que no es meramente carne, huesos y sangre. Hacemos volar cohetes espaciales y no sabemos qué aconsejar a un alumno de primer curso que no sabe qué quiere hacer con su vida. Teoría de sistemas, psicología de las finanzas, fragilidad de las instituciones… y al final, estudies lo que estudies, leas lo que leas, te vas a la cama con la sensación de que la solución va por otro lado, por un sitio que ninguno de nosotros ni siquiera adivinamos, que no llegamos a sospechas de lo sencilla que es. Y mientras tratamos de acertar, nos entretenemos haciendo lo que podemos, justificándonos, exhibiéndonos u ocultándonos, y consintiéndonos un poquito de verdad, la real, la que reside en la belleza, de la que hablo con Ricardo, la que perciben los niños, la que nos calma la ansiedad. La única verdad.

Y ahora llamadme hereje. Qué le vamos a hacer. Un beso, Cecilia.