Lealtad institucional (o el truco del almendruco)

 

loyalty

Leo de pasada que Soraya Sáenz de Santamaría pide lealtad institucional a Cataluña para lograr una buena armonía. Y me  resuena esa palabra en la cabeza.

Es la misma que exhibe Iceta hacia Susana Díaz. O la que Susana Díaz no encuentra en la Junta de Andalucía. O la que se le asocia a los jugadores con su equipo. O la que reclaman los dictadores hacia su gobierno.

Trump de hecho, está calibrando la lealtad de unos y otros, para componer su gobierno. Y es normal. ¿Quién delegaría un cargo importante en el que las decisiones a tomar son determinantes del futuro de la nación a un tipo en quien no confías y que no te ha mostrado ningúna evidencia de que sus objetivos y los tuyos están alineados? Yo no.

Claro que en China, donde están recogiendo datos de la ciudadanía a mansalva y sobre todo tipo de cuestiones para, mediante técnicas de big data, «calcular» la lealtad de la gente, creo que se lo han tomado demasiado a pecho. Como en Venezuela o Cuba donde la deslealtad es penada con cárcel y tortura, vejación a los familiares y escupitajo al respeto por la dignidad humana.

Por eso me ha sorprendido tanto esta frase de Soraya. Y no es la única que usa ese témino con tintes demagógicos. Por lealtad institucional hay que aceptar los presupuestos, no dar mucha tabarra, no criticar demasiado, no manifestarse en la calle, no ser muy tocapelotas. No por afinidad ideológica sino por lealtad institucional. Y, claro, me quedo con las ganas de decirle a Soraya que no, que ella nos debe lealtad a nosotros, al pueblo español. Ella y Montoro, con su sablazo a nuestras carteras. Lealtad sería que no nos atracaran impuesto tras impuesto y rebajaran el gasto político, por ejemplo. Que revisaran los derroches en dietas, las subvenciones a amiguetes a nivel nacional, autonómico y local, por todos los partidos, empezando por los anti-casta.

Pero que Cataluña haga esto o lo otro no es lealtad institucional, ni debe Cataluña lealtad al gobierno, sino a los catalanes, muchos de los cuales están sometidos a una tiranía lingüística consentida por la leal Soraya.

Si quiere lealtad que haga algo para merecerla. Despolitizar el día a día de la gente, por ejemplo: la justicia y la educación sería un buen comienzo

 

 

 

El irresistible poder de los principios, por Giancarlo Ibarguen

GIS

El conocimiento es poder pero también lo es el carácter.

 Las familias, las escuelas y las universidades deben desarrollar y perfeccionar las facultades morales de los niños y los jóvenes. Pero es imposible comprender los principios éticos, si el hombre no reconoce el valor de la libertad.  Libertad es poder decir “sí” o “no”.  La libertad no es un medio, sino un fin.  Sin libertad no puedo ser responsable de mis actos, y de lo que  trata la educación es, precisamente,  de que los educandos asuman la responsabilidad de su vida. De lo que trata es de que los jóvenes tomen en serio estos dos principios inseparables: la libertad y la responsabilidad. Lo serio de la tarea educativa es que la libertad que se defiende tiene consecuencias: unas pueden ser buenas y otras malas; unas pueden fomentar la virtud y otras el vicio.

 Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder, decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco.  En efecto –continúa– siempre que está en nuestro poder el hacer, está también el no hacer; y siempre que está en nuestro poder el no, está el sí.

 Para obrar en dirección a la virtud, el ambiente familiar y educativo debe ser un conducto que ayude a dar forma –o, lo que es lo mismo, afinar– el sentido moral.  En buena medida, de lo que la educación trata es de imprimir en los niños y en los jóvenes un carácter espiritual –en el sentido de huella, señal o marca– que perdure en ellos y los distinga durante toda su vida.

Se dice que el conocimiento es poder. Cierto. Pero también lo es el carácter, y esto por partida doble. Una mente superdotada sin corazón, un gran intelecto sin escrúpulos, un hombre brillante sin bondad, tienen poderes a su manera, pero tales poderes tienden a ser utilizados para el mal. La veracidad, la integridad, la bondad… forman la esencia del carácter.  Quienes posean estas cualidades, unidas con la fuerza de sus convicciones, son dueños del irresistible poder benévolo de los principios.  Quienes posean estas cualidades tienen la fuerza para hacer el bien, para resistir el mal, para afrontar con éxito cualquier dificultad o fracaso.

 Publicado en Nuestro Diario (Guatemala) el jueves 27 de febrero de 2014

(Es por amistad y admiración que me permito el abuso de copiar el texto de Giancarlo Ibarguen, de quien aprendo y a quien dedico un recuerdo silencioso o explícito cada día).