Elogio de lo privado

gafas_google

 

«Una de las señales más claras de la degradación de los valores de la libertad es el recelo ante lo privado«.

Con esa frase me despierta la newsletter de Carlos Rodríguez Braun este lunes por la mañana.

El recelo no es una condena. No es una espada clavada en el corazón a plena luz del día. Es mucho más sutil. Es una jeringa rellena de veneno que no deja rastro, es la sospecha de que algo no está bien. Hablamos de conjeturas fundadas en  meras apariencias. Es esa sensación de que, no sé, pero fíjate que me parece que esta gente no es de fiar. No llega a prejuicio, no hemos afirmado nada, es un aroma que no reconocemos pero que, por si las moscas, condenamos. Mejor no confiar. Y que venga lo que sea.

En este caso, si apartamos lo privado, contra todo pronóstico, no nos sobreviene lo público, que suena a pueblo, con esos aires silvestres, frescos, sociales y bondadosos, como el mito del buen salvaje. Nos sobreviene lo estatal, pautado por iluminados, impuesto por salvapatrias, con o sin formación. Nos llega un campo abonado para que florezca el riesgo moral en todas sus modalidades. La corrupción no es solamente lo que falta cuando alguien roba, no se ciñe simplemente al servicio no prestado o al bien no provisto por desviación de los fondos destinados a la prestación de uno y la provisión del otro. La corrupción es la lepra de la conducta. Una vez la acaricias te impregna y ya todo vale, porque total, qué más da, todos lo hacen. ¿Quién no ha mentido alguna vez? ¿quién no ha copiado en un examen? ¿quién no ha omitido? Y se equipara la naturaleza imperfecta con una manera de actuar podrida, que se generaliza, que se esconde detrás de las pantallas más fantásticas e irresistibles: lo sagrado, la patria, el bien común, la salud, los débiles, los menos favorecidos. De manera que el corrupto usa la compasión ajena, se disfraza y se mezcla con la inocencia del «buenista», el tonto útil, que solo quiere que haya paz en el mundo, como las jóvenes candidatas a Miss Universo.

El recelo, la mirada impregnada de sospecha hacia lo privado, como dice Carlos Rodríguez Braun, es una de las señales más claras, no la única pero sí de las más claras, de que estamos asistiendo a una grave transgresión de los valores de la libertad.

Recuperar la dignidad de lo privado implica, para quienes creemos en ello, una reflexión que necesariamente ha de hacerse desde la más profunda humildad. Y la reflexión es la siguiente. ¿A qué atribuimos la pérdida de esa dignidad? ¿Solo las palabras son capaces de arruinar la evidente bondad de lo privado? ¿o acaso no hemos sido ejemplares o no hemos señalado a quienes no lo han sido? Porque si la libertad implica responsabilidad, el abuso, las malas artes, el engaño bajo la mesa, deberían tener consecuencias, y deberíamos ser nosotros quienes lo señalaran. Usted roba. Usted compadrea con el gobierno. Usted acepta prebendas. Usted tiene privilegios. Usted estafa al mercado. Usted hace mal uso del término «privado», proque «privado» no es sinónimo de trapicheo, de mercadillo, de casino con ruletas trucadas.

En el ámbito privado, el repudio es una acción honorable, y repudiar lo inmoral a cara descubierta debería estar a la orden del día, aunque sea políticamente muy incorrecto. Sin embargo, a menudo nos preocupa que vayan a decir que, siendo liberales bloqueamos o silenciamos en twitter, o que siendo liberales no debatimos con neonazis, o que siendo liberales no admitimos a todo el mundo. Y, lo cierto, es que no lo hacemos porque somos libertarios y valoramos el ámbito de lo privado. Otra cosa es que el debate intelectual tienda a ser amplio, limpio, total. Pero sin olvidar que hay límites. Y que lo privado es el foso que salvaguarda el castillo de los valores de la libertad. Si se deteriora lo privado, si la mirada hacia lo privado se tiñe de temor, será muy difícil restaurar esos valores.

  • NOTA: Yo tampoco debato con neonazis ni con personas que defienden las bases del pensamiento neonazi, es decir, la supremacía basada en la raza. Como éste:

El irresistible poder de los principios, por Giancarlo Ibarguen

GIS

El conocimiento es poder pero también lo es el carácter.

 Las familias, las escuelas y las universidades deben desarrollar y perfeccionar las facultades morales de los niños y los jóvenes. Pero es imposible comprender los principios éticos, si el hombre no reconoce el valor de la libertad.  Libertad es poder decir “sí” o “no”.  La libertad no es un medio, sino un fin.  Sin libertad no puedo ser responsable de mis actos, y de lo que  trata la educación es, precisamente,  de que los educandos asuman la responsabilidad de su vida. De lo que trata es de que los jóvenes tomen en serio estos dos principios inseparables: la libertad y la responsabilidad. Lo serio de la tarea educativa es que la libertad que se defiende tiene consecuencias: unas pueden ser buenas y otras malas; unas pueden fomentar la virtud y otras el vicio.

 Tanto la virtud como el vicio están en nuestro poder, decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco.  En efecto –continúa– siempre que está en nuestro poder el hacer, está también el no hacer; y siempre que está en nuestro poder el no, está el sí.

 Para obrar en dirección a la virtud, el ambiente familiar y educativo debe ser un conducto que ayude a dar forma –o, lo que es lo mismo, afinar– el sentido moral.  En buena medida, de lo que la educación trata es de imprimir en los niños y en los jóvenes un carácter espiritual –en el sentido de huella, señal o marca– que perdure en ellos y los distinga durante toda su vida.

Se dice que el conocimiento es poder. Cierto. Pero también lo es el carácter, y esto por partida doble. Una mente superdotada sin corazón, un gran intelecto sin escrúpulos, un hombre brillante sin bondad, tienen poderes a su manera, pero tales poderes tienden a ser utilizados para el mal. La veracidad, la integridad, la bondad… forman la esencia del carácter.  Quienes posean estas cualidades, unidas con la fuerza de sus convicciones, son dueños del irresistible poder benévolo de los principios.  Quienes posean estas cualidades tienen la fuerza para hacer el bien, para resistir el mal, para afrontar con éxito cualquier dificultad o fracaso.

 Publicado en Nuestro Diario (Guatemala) el jueves 27 de febrero de 2014

(Es por amistad y admiración que me permito el abuso de copiar el texto de Giancarlo Ibarguen, de quien aprendo y a quien dedico un recuerdo silencioso o explícito cada día).

El que resiste, gana

cobardia

Esta frase la oí por primera vez mientras preparaba mi tesis y mis cursos de doctorado. La persona que la pronunció era mi director de tesis entonces y actualmente es mi amigo y mi maestro. Mi manera de ser impulsiva, ansiosa de resultados inminentes hizo que me cayera fatal el consejo. ¡Pues vaya una manera de conseguir las cosas! ¡Por agotamiento!

Pero lo cierto es que es uno de esos consejos que vas asimilando cuando pasan los años y la realidad lima las aristas de la impaciencia. Hoy es el lema que podría definir la situación en Venezuela.

Ya sé que llevo unas dos semanas como obsesionada con el tema y que no hago más que escribir y comentar las novedades que nos llegan de ese país. Pero estamos ante un caso que puede marcar un sendero, una encrucijada, para la política latinoamericana. Gana la Democracia con D mayúscula o gana la manipulación y la perversión del sistema democrático. Una vez que los venezolanos deciden seguir los pasos de los estudiantes, a pesar de las bandas de boicoteadores, los que se aprovechan de la situación para robar y matar, y ese tipo de situaciones que lamentablemente se dan en cada revuelta política, exigen a Maduro que se vaya por conducir al colapso la economía del país. Podemos analizar si Maduro es la culminación del régimen chavista o su caricatura, pero lo importante es que la gente se ha lanzado a las calles y está siento reprimida con violencia oficial. ¿Eso es legítimo?

Al lado de ese fenómeno nos encontramos las reacciones de los países vecinos, menos vecinos, compañeros de lengua, amigos, y simplemente observadores distantes. Y lo más grande de todo es que no hay respuestas contundentes y claras, ninguna misiva llamativa. La tibieza con la que pronuncian ante los micrófonos mirando al papel escrito «Pedimos que acabe la violencia» suena en el aire de las calles de Tachira como el deseo de paz en el mundo de una miss regional de tres al cuarto. Son palabras vacías, dichas por compromiso, por no mojarse. Es la elocuencia de la cobardía emitida en los informativos de televisión. En resumen: un asco.

«Dejen de matar civiles» en un tono imperativo habría sido una buena manera de definir la posición de cualquier persona con cierta humanidad. Los líderes de derecha y de izquierda en España se miran unos a otros y ponen excusas del tipo «Te están manipulando, no lo sabes, pero hay intereses americanos detrás de los estudiantes» o bien «¡Pero si los venezolanos llevan protestando así por años!«.  Ah, bien. Qué tranquila me quedo. Debe ser que no hay intereses cubanos detrás de Maduro. O que nadie sabe que hay petróleo en Venezuela, monopolizado por el Estado y utilizado como silenciador. ¡Y funciona! Todos callan o hacen declaraciones blandengues, porque todos temen qué pueda hacer Maduro con los contratos que se están firmando mientras caen los estudiantes. Y luego están la derecha más radical y la izquierda más radical posicionándose una frente a la otra, más pendientes de estar bien enfrentados que de analizar qué pasa en Venezuela. Les da igual los excelentes análisis de Juan Ramón Rallo y Manuel Llamas acerca de las causas y consecuencias económicas de lo que sucede, les interesa saber dónde está su oponente para ponerse al otro lado. Y esa actitud me cansa mucho.

A mí me preocupa cuándo van a recuperar la libertad (tal vez entregada en forma de votos) los venezolanos. Me interesa saber si quienes dicen aquí «ellos votaron» creen que nosotros nos merecemos, por tanto, la corrupción y la degradación política que tenemos en España porque, queridos, «ustedes también votaron«.  Me pregunto si ese clamor en forma de susurro, ese grito en voz baja, de los líderes internacionales pidiendo el fin de la violencia no significa más bien: «Ay, dejen ya de pelearse que me van a obligar a cuestionarme mi propia hipocresía. Pacten, por favor». Yo estoy en contra de la violencia y a favor de los venezolanos. A favor de quienes piden por twitter que abran los wi-fi para que los manifestantes puedan comunicarse, quienes nos enseñan la sangre derramada, quienes tratan de organizar un poquito el caos, que intentan saltarse de alguna manera la censura informativa, y que luchan, nada más que reclamando seguridad, abastecimiento, y libertad.

El fin del régimen de Maduro implicaría que hay una esperanza para la libertad. El triunfo de Maduro mostraría de qué somos capaces los arrogantes países democráticos por nuestros semejantes, nosotros a quienes nos están pidiendo ayuda explícitamente  los venezolanos, por no mover un dedo amparándonos en la constitucionalidad, y de ese modo putrefactando ese mismo concepto, tan importante para el desarrollo político de nuestra civilización.

Y para que gane la libertad, es imprescindible que los venezolanos se crean ese consejo tan simple que me dio Carlos Rodriguez Braun hace ya mucho tiempo: El que resiste, gana.

#VenezuelaResiste #Venezuelanoestasola

Por una Venezuela libre, yo acuso.

Logo Venezuela Libre_2

Acuso a Jorge Verstrynge, a Pablo Iglesias, a Juan Carlos Monedero,  a Luis Alegre Zahonero, Carlos Fernández Liria y a todos aquellos españoles que están jaleando al dictador liberticida, Nicolás Maduro, como ya hicieron con su predecesor, el asesino dictador Hugo Chávez.

Les acuso de ser instigadores intelectuales y responsables ante la sociedad, no solamente española o venezolana, sino ante la sociedad libre, de la represión y los asesinatos de anoche en la manifestación estudiantil, y también de los anteriores, promovidos directa o indirectamente por Hugo Chavez.

Los crímenes chavistas pudieron ser omitidos por los medios europeos, pero la agresión estatal liberticida de anoche incendió Twitter en la madrugada española y, por más que Maduro trató (y trata) de secuestrar los medios informativos, por más que la intelligentsia oficialista liberticida de allí y de aquí está intentando manchar el nombre de quienes se tiraron a la calle a defender la libertad, los estudiantes, sus familiares, los vecinos, dieron cuenta con palabras e imágenes de cómo bolivarianos a sueldo de Maduro, armados y en motocicletas disparaban a la cabeza de tres estudiantes. No fue una pelota de goma extraviada. Fueron tres ejecuciones, tres asesinatos.

Y yo me pregunto si en este mundo civilizado, estos antisistema de iPhone y redes sociales, profesores universitarios pagados con los impuestos de los españoles, con la tripa llena y ensalzados por sus grupies, tendrían el coraje de irse allí, sin privilegios, a vivir la tortura diaria, a cámara lenta, que están viviendo los venezolanos, en general, y en particular aquellos que defienden abiertamente la libertad. Si no mojarían sus pantalones de pana progre al ver morir a sus alumnos en las calles defendiendo la libertad.

Y me respondo en silencio: «Arde Venezuela».

La entrega irreversible

Dicen los que saben de esto que con el surgimiento de la agricultura o domesticación de las especies vegetales apareció la exclusividad del uso de las cosas. Es decir, apareció la propiedad privada. Al principio consistía en la propiedad exclusiva de un grupo sobre cosechas y herramientas pero manteniendo la propiedad comunal dentro del clan. Un día, hace millones de años, nuestros ancestros se dieron cuenta de que todos no podían hacer todo: cultivar, eventualmente cazar y proteger las cosechas no era eficiente. Así que de alguna manera que nos es desconocida unos cuantos recibieron las armas de la tribu junto con el encargo de velar por la seguridad del grupo. Mi teoría personal y fantástica es que sucedió tras un brutal ataque de otro grupo que dejó a la tribu maltrecha y aterrada. Lo demás es historia.
Hoy nuestros líderes de gomaespuma nos explican que tras el terrible ataque de los mercados, los especuladoees y los ricos, en general, la solución es «más Europa»: políticas fiscles, monetarias y bancarias comunes. No sé si han decidido ya si el largo de la falda debe ser como mínimo cuatro dedos por encima de la rodilla y que de ahñi para arriba se considerará ataque especulativo, pero a mi esto me huele a chamusquina.
Dónde ha quedado la libertad de movimiento de personas, bienes y capitales. O dicho de otra forma… ¿dónde ha quedado la libertad?