Sobre refugios y fronteras

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El refugio es el antónimo del desamparo. ¿Quién, sino alguien que nunca se sintió desamparado, puede negar el refugio a un ser humano? ¿Y qué persona no se ha sentido al menos una vez, siquiera en un grado mínimo, sin protección? La fragilidad, si no se sabe hacer de ella una compañera de viaje, e incluso, una fuente de fortaleza, deja un triste sabor a soledad en el corazón. Por eso es fácil reconocerse en las lágrimas del padre que, cargando con un niño de corta edad en brazos, busca refugio en alguna tierra donde poder empezar una nueva vida en la que, al menos, haya paz para su hijo.

Siria. Pero no solamente Siria. Moisés y sus liberados buscaban refugio. En el códice mexica conocido como «Tira de la Peregrinación Azteca» se relata la búsqueda del pueblo originario de México desde Aztlán hasta encontrar el lugar donde fundarían la ciudad de Tenochtitlán. Desde entonces hasta hoy, los pueblos de uno y otro continente se han visto obligados a buscar la acogida del prójimo, más o menos lejano, por motivo de guerra, catástrofes naturales, epidemias…

¿Qué hacer con los sirios sino abrirles la puerta de casa y darles cobijo? La respuesta no es tan directa. Yo no sé qué responder cuando un padre de cuatro hijos, desempleado desde hace año y medio, me cuenta que se tiene que ir del país y dejar a la familia repartida con los abuelos y tíos, para buscar trabajo fuera, y quiere saber si el cobijo no empieza por el prójimo más cercano. ¿Es la guerra una circunstancia que confiere un derecho mayor al amparo que las consecuencias de la crisis y la recesión? Ahí lo dejo.

¿Es Siria el único lugar de la tierra donde hay guerra y donde miles de refugiados necesitan ayuda? No, pero son los que llaman a la puerta aquí y ahora. Pues, nada, compartamos.

Y entonces aparece la cara B del asunto. En primer lugar, los refugiados no llevan duchas ni WC portátiles, y por donde van, dejan el rastro de la pobreza y la miseria, como cuenta Ilana Mercer respecto a cómo está quedando la frontera austro-húngara. Los que solamente vean la parte romántica del asilo a refugiados deben conocer la realidad del asunto. En segundo lugar, se empiezan a conocer historias de refugiados que prefieren ir a Alemania que a Uruguay, porque, una vez allí, son conscientes de la dificultad de trabajar y darle un futuro a sus hijos. ¿Pueden elegir los refugiados a dónde irse? ¿Pueden los países de acogida disponer de ellos de cualquier manera y hacinarlos en campos demasiado similares a prisiones?

En tercer lugar, se descubren pasaportes sirios falsificados y gentes de otras nacionalidades que se hacen pasar por refugiados para entrar en los países europeos. Unos para trabajar. Pero otros no tanto. Ya se ha desenmascarado a un terrorista de ISIS en un refugio de Stuttgart (Alemania). Y se ha descubierto una red de traficantes de pasaportes sirios robados para falsificar.

¿Se le puede pedir a la gente que hoy, 11 de septiembre, revive la tragedia de las Torres Gemelas, abra las puertas de sus casas a alguien con pasaporte sirio sabiebndo esto? Creo que tampoco. Quienes conocen el SSPT (Síndrome de Stress Postraumático) causado por terrorismo, que afecta no solamente a víctimas supervivientes sino a quienes pasaban por allí, saben que no es posible pedirles eso. La psicología social nos dice que la alarma ante la amenaza extranjera es inconsciente.

Más allá de todo esto, leo especulaciones de todo tipo. La más sofisticada es la que explica cómo los terroristas del ISIS son enviados y financiados bajo cuerda por estados Unidos para desestabilizar Europa. No llego a tanto, me parece un poquito enrevesado. Ya bastante complejo es el tema.

Yo soy partidaria de eliminar fronteras. Soy libertaria. Pero no tonta. Y eso me lleva a pensar y repensar acerca de los conflictos de seguridad que todo este problema acarrea (ven que dejo el tema económico de lado). Reconozco que tengo miedo al comprobar los incentivos perversos que se despliegan a mi alrededor, la mala fe de quienes aprovechan todo este laberinto para sembrar odio, sea por resentimiento personal o por intereses de grupo (político, normalmente).  Y me quedo con la propuesta de José María, mi «pobrólogo», que me decía: «Primero que los gobiernos que proponen acoger refugiados dejen de vender armas y municiones a los pueblos en conflicto. Luego hablamos».

(En la foto refugiados de Corea del Norte).

La ley del deseo es la ley de diciembre

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Desde el puente que une la fiesta de la Constitución y la Inmaculada, pasando este año por el novedoso «Black Friday» transformado en un fin de semana de rebajas, hasta los próximos días de enero, la ley que se impone es la ley del deseo. El deseo bienintencionado hacia vecinos, amigos, propios y extraños. Toneladas de deseos de paz y amor, de que se solucione lo tuyo, de que nos quedemos como estamos, se mezclan como cada diciembre, de manera aplastadoramente previsible, con la nostalgia de los que ya no están y la tristeza de quien padece los reencuentros forzados, el exceso de comida, de fiestas, de parientes y de tantísima alegría.

Y el deseo, el DESEO, ese anhelo, ese impulso que en otros ámbitos nos empuja a actuar, en esta sociedad decadente de principios de siglo, tarda muy poco en transformarse en DESIDIA colectiva que repite una tras otra las mismas palabras, las tradiciones con o sin sentido, y todo el ritual. Así también hacen los políticos. El pavo de la Casa Blanca, el discurso del rey (sea éste quien sea), las declaraciones del presidente (sea este quien sea), las luces del árbol del Rockefeller Center, vienen cada año a dejarnos catatónicos, a ratificar que no hemos cambiado ni nosotros ni lo que nos rodea. Y no pasa nada.

«Es tiempo de descansar, de estar con la familia, luego ya si eso…». Falso. Luego, nada. Y así, un año y otro, engordamos a corruptos, saludamos a delincuentes, criticamos como si no hubiera mañana, discutimos de conspiraciones que calman nuestra obligación moral de impedir que nos asalten. Ese infame «¿y qué podemos hacer?». Porque lleva el veneno de la respuesta «Nada» desde el primer signo de interrogación. No podemos hacer nada. Todos son iguales. Qué más me da que me robe uno u otro. Para qué moverme. Disfrutemos de las Navidades y agotemos estos fuegos artificiales que se vana a extender hasta las elecciones de mayo.

En Navidades no hay ni ley, ni deseo. Solamente hay vacaciones. Para mí, el mejor momento para trabajar en lo que me gusta.

Desahucios y misterios

Pregunta Ricardo Basurto:

A ver, que estaba yo leyendo el periódico (sí, el de papel) y cabe que no lo esté entendiendo bien.

Si pagas años de una hipoteca y en un momento dado no puedes pagar una letra, como la casa garantiza que el banco cobre lo prestado, éste se queda con la casa, claro, pero te devuelve lo que ya le habías pagado de amortización; y si la casa vale más en ese momento, incluso la diferencia. ¿Verdad?

Vamos, que si te va mal en un momento dado, nuestras Leyes (* Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados) no permitirían jamás que el banco se quedara con lo que ya le has pagado, lo que garantizaba eso que ya le has pagado, el resto de la vivienda y lo que se haya revalorizado y que además le sigas debiendo el resto. ¿No?

Claro, esto no puede pasar. No puede ser así. No es posible. Porque en qué cabeza cabe que así fuera. Al fin y al cabo esto es la Europa del XXI. Y los bancos los dirigen personas, ciudadanos, vecinos, padres, hijos, amigos, primos, que ni participarían jamás de algo así ni te recomendarían que te metieras en semejante mal negocio. Digo yo.

Ya. Ya me siento mejor. Mucho más tranquilo sabiendo que todo está en orden. Gracias.

Buenos días.

Y yo, que no tengo hipoteca ni conozco el tema a fondo, me puse a preguntar. Ayer, en la tertulia de la noche con John Müller y Alejandro Vara, me confirmaron que efectivamente,  lo que teme Ricardo es palabra-de-dios-te-alabamos-señor, tan cierto como que hay sol.
Además, parece que la ley es del año de Maricastaña. Pero al buscar, me encuentro que aunque se trata de una ley de 1946, hay unas nueve modificaciones de la Ley Hipotecaria General, la última del 2007.
Pero lo que de verdad me pasma es que cuando uno va a firmar un contrato de hipoteca lo hace ante un notario quien está obligado a explicar el significado concreto de las cláusulas de manera que las entienda hasta alguien como yo, que en temas jurídicos soy un desastre. De manera que no es cuestión de refugiarse en la ignorancia de una o lo complejo de la jerga jurídica. Tu vas al notario y éste te dice: «¿Sabe usted que si no paga tres plazos asume una deuda por el total más intereses, el banco se queda con la casa independientemente de lo que haya pagado y la deuda sigue viva?» «Sí, claro, pero ¡cómo me va a pasar a mi eso!». Y pasa.
Pasa porque en veinte años uno no puede asegurar que va a obtener ese dinero al mes.  Se tienen hijos que crecen, como los gastos fijos de la familia, y los ingresos del trabajo no necesariamente mejoran al ritmo que aumenta ese gasto familiar. Pero, claro, todo el mundo sabe que las casas nunca bajan de valor, ya lo sabía Scarlett O’Hara cuando agarraba la tierra de Tara. Y hoy Tara en España vale ná-y-menos.
¿Qué lleva a una persona sensata a firmar un contrato leonino pudiendo vivir de alquiler (como yo)? ¿Ese mito de «tener dónde caerse muerto»? ¿La imitación del otro? ¿La obsesión del hidalgo español por aparentar? El sueño de la clase media setentera era dejar un pisito a los hijos. Siempre se puede alquilar y tener una renta ya para siempre. Y no tienes que pensar mucho en qué meter tu dinero. El mercado de venta inmobiliaria es un lugar seguro. Y no lo es siempre. Hoy no.
Voy más allá de eso… ¿a nadie se le ha ocurrido protestar? ¿ningún partido político?¿plataforma de consumidores?¿grupo de Facebook? ¿nadie? Es ahora cuando los desahucios se cuentan a cientos diarios, cuando el tema es una catástrofe y nos damos cuenta de que la ley es pleistocénica y que las reformas no la han mejorado en lo fundamental. Así que ahora nos encontramos con una debacle. Si el Gobierno obliga a los bancos intervenidos a aceptar la dación en pago, habrá ciudadanos claramente discriminados porque su banco no está intervenido. Si cambia la ley, mantiene el problema de qué hacer con los que se rigen con la anterior ley. Si la diseña con efecto retroactivo, entonces se está cargando la seguridad jurídica en España porque está cambiando las reglas de juego en medio del partido.
Y cada día que pasa cientos de desahuciados se van a la calle.
¿Dónde queda la responsabilidad individual? ¿Es cierto que cada uno de los ciudadanos de este país no somos responsables de las decisiones de nuestros políticos? ¿o sí lo somos? ¿ Son responsables quienes no modificaron ese tema en la Ley Hipotecaria?¿La firma de un contrato asimétrico pero voluntario es impugnable según las circunstancias?
Como plantea Ricardo ¿la ley está para protegernos a nosotros?¿también de nosotros mismos?

Tú también eres troiko

Desde que Grecia se declaró en bancarrota y hubo que tomar medidas al respecto, la palabra troika ha invadido nuestro lenguaje, nuestros periódicos y nuestras vidas. Pero la palabra, de origen ruso, no es nueva. Así se designaba al equipo de trabajo formado por el presidente saliente, el presente y el futuro de la Comisión Europea, que pretendía conferir un aire de continuidad a la gestión europea. Hoy la troika comunitaria a forman la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Es decir, son las tres patas de la mesa que suministran dinero a los países quebrados o en vía de  hacerlo.

Cada vez que los titulares de los periódicos nos alteran con visitas de hombres de negro que vienen a robar el pan de la boca de nuestros hijos estamos hablando de comisionados de la troika.

Pero, a menudo se nos olvida que aquí, troikos somos todos, porque somos socios europeos, aceptamos a Barroso como presidente de la Comisión, y tenemos nuestro comisario local, Almunia. Somos como todos los demás. Por otro lado, España también pone dinero en el Banco Central Europeo, cerca de un 12%. Y también pertenecemos al Fondo Monetario Internacional.

Somos troikos. Fuimos hombres de negro para los griegos, portugueses e irlandeses. Nadie se manifestó cuando «ellos» (esos ellos que somos nosotros) impusieron condiciones durísimas a Grecia. Nadie se preocupa de nuestra responsabilidad en las condiciones que se le están exigiendo a Portugal, por ejemplo.

Formar parte de Europa consistía en algo más que poner la mano para recibir fondos estructurales. De 1989 hasta 2006, España fue el país que más fondos estructurales y de cohesión recibió, seguida de Alemania, con razón por la enorme rémora que supuso la unificación. En el período actual 2007-2013, Polonia es el primer país receptor seguido de España. Unos utilizaron de una manera sus fondos y otros de otra. Ahora España está quebrada y Alemania no. No lo hicieron «a nuestra costa», nosotros recibíamos como ellos.

Y ahora toca formar parte de Europa también en la adversidad. No soy especialmente europeísta, soy más partidaria de la libertad individual que de gobiernos centrales enormes que regulen hasta el volumen de aire que respiro, sea desde Bruselas, sea desde la Moncloa, sea desde el Palacio de Correos de Madrid. Pero es de sinvergüenzas no dar la cara cuando las cosas se ponen feas. Y esto es lo que parece que quienes reniegan de la troika están haciendo.

Éramos troikos para recibir, y ahora hay que seguir siéndolo para cumplir.

Aquí no pasa nada, preparen los botes

Tras un mes de alarma y desasosiego, parece que el final de julio ha impuesto un ritmo mucho más templado en los mercados financieros. Las famosas palabras de Draghi (haremos lo necesario y será suficiente) junto con la posibilidad abierta por Rajoy respecto a la petición de rescate han traído un poco de tranquilidad a nuestras vidas. Ya podemos centrar nuestra atención en la presunta trama rubalcabiana de Interligare, en los Juegos Olímpicos o en los ceses de Televisión Española, porque parece que no va a ser en agosto cuando nos rescaten.

Aquí no pasa nada

Así que muchos españoles se van de vacaciones o se quedan en su ciudad pensando en lo duro que va a ser amoldarse a las medidas del gobierno a partir de septiembre, pero con la convicción de que no iremos a peor. En parte, es así. Tenemos 30.000 millones de euros disponibles de los 100.000 millones que constituyen el rescate bancario ya aprobado. Y, al parecer en septiembre estará disponible el resto. Además, el FMI ha declarado que España ya está poniendo en práctica las medidas que el propio FMI recomendaría si le preguntasen. «Cuando vemos lo que España ha realizado y tiene voluntad de realizar no hay mucho más que elFMI podría pedir a España si estuviese en un programa» dijo Lagarde.

El ministro Luis de Guindos asegura que no se contempla el rescate. Rajoy también lo dijo en mayo. Almunia lo confirmó en junio. Y luego vino el tsunami para la prima de riesgo española y la calma gracias a las declaraciones de Draghi durante el mes de julio. Fue como un rescate oral sin compromiso de cumplimiento.

Sin embargo, algo falla.

Merkel sigue preocupada por las decisiones que pueda tomar el BCE. El presidente del Bundesbank la apoya y critica la posibilidad de una nueva compra de bonos. Las ayudas a España e Italia, los problemas de Grecia, la novedosa situación de Chipre, la sombra de Francia… se acumulan y Alemania, fuente de financiación europea, quiere tener claro que no va tirar su dinero. No está la cosa para dejar que se vaya por el desagüe ni un euro de los contribuyentes.

De momento, las autoridades europeas están en un compás de espera observando los efectos que las palabras de Draghi y la actitud más abierta de Rajoy tienen en los mercados. Si van a confiar o es una nube de verano.

Preparen los botes

Pero cuando alguien cuestiona frente a una cámara de televisión la posibilidad de que esa confianza representada por la prima de riesgo no sea tan sólida como parece, te tachan de alarmista e irresponsable. Resulta que es mucho más efectivo negar la posibilidad de dudar. Como cuando una persona aterrada te mira a los ojos y te grita “¡Cálma que no pasa nada!”. Ahí sabes que la cosa es grave.

Pues eso es lo que está pasando. Porque la gente no es idiota. Cuando los mercados analizan datos como que este semestre el gobierno central ingresó 44.879 millones pero gastó 87.967 millones, reaccionan. Y es preferible explicarle a los españoles que el camino es el adecuado pero a la UE le preocupa el cómo y el cuándo, que se han tomado medidas pero el gasto sigue aumentando, que lo que asusta a Rajoy no son las nuevas medidas, que probablemente no habrá, pero sí la firmeza y el timing con que se van a exigir las ya proyectadas. En resumen, que puede ser que a la vuelta de verano (y esperemos que no antes) Rajoy pida ayuda al FEEF y el cinturón se nos apriete hasta donde haga falta sin miramiento.

Es este “efecto paradójico” que llaman los psiquiatras el que mantiene en vilo a la mayoría de los españoles. Vale más preparar los botes sabiendo la razón que negar la realidad y que sobrevenga todo como caído del cielo. Pues eso: prepárenlos.

La degradación institucional y la crisis

La sociedad es un sistema complejo. Es una institución espontánea generada porque somos seres sociales y nos sale más rentable como especie vivir en comunidad. La vida en sociedad durante tantos miles de años ha dado lugar al surgimiento espontáneo de instituciones humanas. Tanto Carl Menger como Hayek como muchos otros autores han estudiado este carácter espontáneo de las mismas. Otros autores se han dedicado a analizar las instituciones desde otros puntos de vista. Incluso, en el siglo XX, ha aparecido la llamada Escuela Institucionalista, la corriente neoinstitucionalista, y se ha reconocido su labor, de alguna manera, con la concesión del Nobel de Economía hace unos años a Williamson y Ostrom.

Precisamente, Elinor Ostrom, recientemente fallecida, estudió cómo los procesos biológicos tan complejos necesitan de un grado tan alto de diversidad en el manejo de los problemas que surgen como elevado sea el nivel de complejidad del sistema. Es lo que el biólogo W. Ross Ashby describió en Desing for a Brain: The Origin of Adaptative Behaviour (1960), en el que postulaba la «ley de la variedad requerida», que explica que cualquier sistema regulatorio requiere una variedad de acciones a realizar tan grande como variedad de acciones exista en el sistema a regular.

Si la sociedad es un sistema natural complejo, esa máxima también es aplicable, y se podría interpretar que la variedad en las soluciones posibles permite alcanzar el mejor resultado posible. Sin embargo, este es un tema complicado. La razón está en que, una vez que se establecen con firmeza las instituciones sociales, y una vez que son ocupadas por rent seekers, no hay nada que hacer. Se trata de buscadores de rentas que consiguen un puesto privilegiado desde el cual, independientemente de su desempeño en tanto que servidores públicos, conseguir rentas sea pecuniarias, sea como privilegios, favores, o puestos de trabajo para sus familiares y amigos. La «okupación» de las instituciones por este tipo de personajes trae consigo el enquistamiento y esclerotización de dichas instituciones. Así, es imposible que se dé la «ley de la variedad requerida» de Ashby, simplemente porque la evolución necesaria de estas instituciones, la necesaria variedad institucional que permitiría una resolución más eficiente de los problemas y crisis sociales se ve frenada por las acciones de estos buscadores de rentas.

Al statu quo no le conviene que las cosas cambien, incluso para bien.

En medio de la crisis que estamos padeciendo, vemos cómo el sistema de instituciones que constituyen las administraciones del Estado español, en concreto las comunidades autónomas, está hipertrofiado, genera mucho gasto, es ineficiente y nos cuesta mucho dinero a todos. Lo mismo sucede con las televisiones públicas, con las universidades, los aeropuertos…

Pero a pesar de lo evidente de esta sobredimensión, el gobierno recurre al despido, a pequeños recortes, a medidas taimadas e insuficientes.

¿Qué sería lo suyo? Cerrar las instituciones obsoletas y permitir la competencia institucional. Y si hay servicios que la población decide que deben ser de cobertura universal, el Estado se puede ocupar subsidiariamente de esa oferta de la que nadie se haga cargo… mientras nadie se haga cargo.

Es decir, si surgen oferentes de servicios privados dispuesto a proporcionar cobertura de servicios allá donde otros no llegan, el Estado no debería ser un obstáculo.

Todo esto suena muy bien en teoría. Pero requiere para que funcione de una regulación de la función pública y de las instituciones públicas de manera que no puedan ser «okupadas» para beneficio de esos buscadores de rentas de todos los partidos, que piden cada vez más, que no permiten alternativas institucionales porque no pasan el filtro de la comparación, y que son protegidos por el entramado político a costa del sufrido pagador de impuestos.

Como esa regulación (o revolución institucional) debería provenir de dentro del sistema, es poco lo que podemos esperar. Al menos, nos queda el consuelo de la consciencia, de saber que nos están defraudando y que hay más alternativas. Y votar en consecuencia. O no votar.

Publicado en http://www.juandemariana.org

Por amor al comercio (extended version)

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La pasada semana el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, compareció en rueda de prensa desde Los Cabos, México. Eran las doce de la noche en España, a pesar de lo cual, muchos estábamos ansiosos esperando una palabra que confirmara o desmintiera el rumor de la inminente intervención y que diera explicación al comportamiento de la prima de riesgo que denotaba la desconfianza del mercado en la capacidad del gobierno para devolver la deuda. Porque, tal y como nos habían explicado, las elecciones griegas aflojarían tensiones y la situación mejoraría.

Pero el presidente Rajoy se limitó a repetir los mantras habituales: no gastar más de lo que recaudamos, fomentar el crecimiento, recuperar la confianza… y alguna novedad. Como el anuncio de que los países europeos y Estados Unidos han acordado lanzar conversaciones para redactar un Tratado de Libre Comercio entre ambos. Entonces recordé la canción del grupo español Esclarecidos:

“Por amor al comercio / voy a cruzar ese puente, / por amor al comercio / voy a cuidar ese dolor”.

En su mensaje, Rajoy parecía querer cruzar ese puente que nos separa de las Américas por amor al comercio. Sin embargo, como nos enseñó Frédéric Bastiat, el economista liberal del siglo XIX, el economista debe mirar más allá de lo evidente.

Por ejemplo, resulta que las dos zonas señaladas como cuna del capitalismo salvaje dominada por los mercados necesitan firmar un acuerdo de libre comercio. Y no debe ser muy fácil, porque simplemente se ha anunciado que se van a lanzar conversaciones para plantear el tema. Además cabe reflexionar acerca de la verdadera utilidad de este tipo de iniciativas, que no son nuevas. Uno de los fiascos más flagrantes de nuestros tiempos es precisamente el GATT (Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio). Este acuerdo mundial surgió tras la II Guerra Mundial con el objetivo de evitar que el proteccionismo condenara a la pobreza a muchos países. Basándose en el principio de reciprocidad y estudiando producto a producto, funcionó mientras que no interfería con los intereses de los países desarrollados. El problema ha surgido cuando se ha planteado que los países ricos deben eliminar los subsidios a la agricultura para que el libre comercio saque de la pobreza a los países menos favorecidos. A partir de entonces las “rondas” de negociación han sido estériles. Por su parte, y señalando con el dedo, los países de la Unión Europea, sin rubor, explican lo importante que es evitar el proteccionismo mientras mantienen la nefasta y vergonzante Política Agrícola Comunitaria (PAC).

Por eso, que ahora el G-20 anuncie su pretensión de impulsar el comercio mundial como factor de crecimiento, suena hueco.

El libre comercio, desde sus orígenes, ha sido la mejor alternativa a la conquista, ya que se basa en acuerdos voluntarios y elimina la coacción y la violencia en las relaciones entre personas, comunidades y países. Como explicaba el profesor Antonio Escohotado en la lección magistral pronunciada el martes pasado en el Congreso de Economía de la Escuela Austriaca del Instituto Juan de Mariana, los enemigos del comercio son los enemigos del cambio, son los enemigos de la paz.

Y paradójicamente el establecimiento de “zonas” de libre comercio han resultado ser veneno para la libertad. La explicación es que en el momento en que se establece un límite, una frontera, excluyes a alguien. Libre comercio es una expresión que se refiere a la libertad que deberían tener los agentes económicos para comprar y vender con otros agentes económicos fuera de su país. En ese contexto, la tarea del Estado debe limitarse a favorecer ese libre intercambio asegurándose de que hay “juego limpio”. Pero como en tantos otros ámbitos el exceso en la atribución de funciones de los estados, nos ha llevado a que primen los intereses políticos por encima del respeto a la libertad y de la eficiencia económica.

Durante mucho tiempo, cuando los economistas del XIX hablaban de libre comercio no distinguían entre el comercio interior y el exterior, se referían a la libertad de las empresas para importar y exportar. Pero nuestra política económica del siglo XXI ha retrocedido al nefasto mercantilismo del XVI-XVII y ha despertado el nacionalismo mercantil.

Por eso, cuando leo en el informe del G-20 que “los copresidentes del Grupo de Trabajo de Alto Nivel creen que un comercio transatlántico global y un acuerdo de inversión, si se alcanza, es una opción que tiene el gran potencial de apoyar el empleo y promover el crecimiento y la competitividad a través del Atlántico”, no puedo evitar pensar en los países excluidos.

Sin duda, es una buena noticia que nuestras empresas no tengan que pasar dobles controles (europeos y estadounidenses) para exportar sus productos, y que nuestros consumidores puedan acceder a bienes americanos a precios más asequibles. Pero aún más lo sería que, además de “cruzar ese puente” las empresas pudieran cruzar sin penalizaciones los puentes que quisieran.

(Una versión reducida apareció el domingo pasado en el suplemento Mercados de El Mundo)

La entrega irreversible

Dicen los que saben de esto que con el surgimiento de la agricultura o domesticación de las especies vegetales apareció la exclusividad del uso de las cosas. Es decir, apareció la propiedad privada. Al principio consistía en la propiedad exclusiva de un grupo sobre cosechas y herramientas pero manteniendo la propiedad comunal dentro del clan. Un día, hace millones de años, nuestros ancestros se dieron cuenta de que todos no podían hacer todo: cultivar, eventualmente cazar y proteger las cosechas no era eficiente. Así que de alguna manera que nos es desconocida unos cuantos recibieron las armas de la tribu junto con el encargo de velar por la seguridad del grupo. Mi teoría personal y fantástica es que sucedió tras un brutal ataque de otro grupo que dejó a la tribu maltrecha y aterrada. Lo demás es historia.
Hoy nuestros líderes de gomaespuma nos explican que tras el terrible ataque de los mercados, los especuladoees y los ricos, en general, la solución es «más Europa»: políticas fiscles, monetarias y bancarias comunes. No sé si han decidido ya si el largo de la falda debe ser como mínimo cuatro dedos por encima de la rodilla y que de ahñi para arriba se considerará ataque especulativo, pero a mi esto me huele a chamusquina.
Dónde ha quedado la libertad de movimiento de personas, bienes y capitales. O dicho de otra forma… ¿dónde ha quedado la libertad?