
Al parecer hoy es el Día Mundial Contra la Violencia de Género. Para un «grinch» femenino como yo, que huye de celebraciones, Navidades, días de, homenajes y rememoraciones, es un día terrible.
El tema no admite dardos irónicos, ni sentido del humor alguno. Ni vale tratar de zafarse. Eres mujer, eres crítica, eres libertaria y, sobre todo, tienes esa imperiosa necesidad de señalar la arruga en el mantel o el roto en el calcetín.
No nos hagamos de nuevas, que la violencia es consustancial al ser humano es de todos sabido. Que el violento se ceba con el débil también. Que eso pasa entre los hombres y entre las mujeres, es también notorio, de diferente manera, pero creo que está claro. Que las mujeres somos físicamente más débiles que los hombres, no requiere de ninguna explicación. Pero año tras año, salen de nuevo las cuestiones de siempre, que no por volver a repetirlas o a denunciarlas con las cejas enarcadas y grandes aspavientos se solucionan. Cuando una mujer abofetea a un hombre ¿él debe aguantarse o denunciar? ¿Con qué cara te recibe la policía? ¿Y el juez?
Cuando una mujer maltrata psicológicamente a una mujer o a un hombre de manera sistemática ¿qué pueden hacer la maltratada y el maltratado? ¿tiene las mismas herramientas para protegerse? ¿psicológicas? ¿legales? Que sí, que a todos nos parecen muy mal que las mujeres seamos víctimas de palizas y abusos, pero como las estadísticas al parecer hablan pues nadie se ocupa de los demás casos. Y además, si dices algo fuera de lo habitual, siempre, por precaución y por evitarte monsergas, debes recalcar que tu estás muy en contra de la violencia de género y que conoces algún caso cercano y es terrible. Con lo que odio dar explicaciones y justificarme.
A mí me cansan mucho esos parapetos que ocultan a mucho sinvergüenza (ellos y ellas) que, finalmente, hacen del sufrimiento de otro su forma de vida. Las estadísticas no me dicen nada. Porque si un señor aparece muerto flotando en un río no es violencia de género y si la que aparece es una mujer, sí lo es. ¿Por qué? Pues no sé. Es esta idea de que como hemos sido tan vapuleadas en el pasado hay que desplegar políticas de discriminación positiva. Y eso no me puede parecer más errado, por más buenista que parezca la cosa. Si lo hacemos con el sexo, pongamos esa política en práctica también según la raza y la edad. ¿Qué raza ha sido históricamente más maltratada? ¿Qué edad? Pues apliquemos leyes especiales. Y así nos cargamos la igualdad ante la ley para siempre y generamos, paradójicamente, mucha más violencia en la sociedad. Eso por no entrar en la herencia intergeneracional de la injusticia. Y entonces, deberíamos plantearnos qué injusticias y tropelías cometidas por nuestros antepasados tenemos pendientes y debemos seguir reparando.
Pero el tema principal es otro: la sociedad genera violencia y demoniza la violencia. La sociedad, ese entramado en el que crecemos rodeados de violencia, física y psicológica, esa violencia inherente al sistema, que se añade a la violencia propia del ser humano. Porque vivir es violento, crecer es violento, el choque con la madurez lo es. Pero nada comparado con la violencia de ir a un colegio, aprender al ritmo de 24 niños más, someterte a unos cánones dictados por mayores a los que les importas un bledo porque lo que quieren es que tus papás les voten, amoldarte a las normas que marcan unos profesores sin incentivos, y convivir con unos compañeros educados en los prejuicios en los que tú también nadas.
Políticos muy socialistas de toda la vida, de derechas o de izquierdas, denunciando el horror de la pobreza y pidiendo que le quiten dinero a los demás y que unos hombres trabajen para que otros puedan vivir a su costa apelando a una mal llamada solidaridad. Y ellos cobrando dietas y prebendas parlamentarias, ocultando corrupción a paladas, y poniendo cara de lástima mientras claman que no todos son iguales y que qué mala soy. Cantantes, actores y gentes de la farándula internacional con el tabique destrozado por la cocaína enarbolando la bandera de la lucha contra las drogas y exhibiéndose como mega-naturales porque hacen yoga y viven en una casa con césped. Ejecutivos que exigen riguroso cumplimiento de las normas a su alrededor, que se han acostado con todo lo que se ha dejado, que mantienen un contrato matrimonial conveniente en especial en términos económicos, y que se escandalizan porque haya personas que defienden la libre actividad… la de las prostitutas también. Defensores de la revolución comunista y de la libertad que encierran homosexuales en campos de concentración. Y así podemos seguir con la religión, la universidad y el sistema judicial. Todo apesta. Crecer en esta sociedad es lo más violento que hay. Pero… se demoniza la violencia hipócritamente, y me refiero a la agresión como defensa propia.
Ante la avalancha de violaciones en citas, la superioridad indudable del hombre físicamente, la violencia física en el hogar, propones la libertad de armas y te tratan de loca, porque las armas generan violencia. Y mata el dedo que aprieta el gatillo, no el gatillo. Si las mujeres tuviéramos la oportunidad de defendernos, de aprender a manejar un arma, de disparar en un brazo al violador, o al aire para disuadir al agresor, creo que estaríamos más protegidas.
Y no estoy loca. Loca está la que abre un hashtag en twitter que dice #machetealmachito para defender la lucha contra el mal trato. Esa y las que proponen acabar con la igualdad ante la ley para defender la igualdad de las mujeres.