La libertad incómoda

Los chicos del Club de los Viernes (Aragón y Zaragoza), junto con SFL-Zaragoza, me invitaron a Contenedor Creativo a dar una charla. Y hablé de la libertad incómoda.

Aquí dejo el vídeo. Ojo, la cabecera es Led Zeppelin a petición propia. Por si las dudas.

El divismo político invertido

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Una diva es ese ser sobrenatural que se sabe elegido para la fama. Esa folclórica, o rock star, consciente de su superioridad que, venda o no entradas para el concierto, sea o no el que más suena en las emisoras a día de hoy, ejerce su poderío hasta en la aparente sencillez de su vida impostada.

Es esa mujer entrada en años que parece no saberlo por su manera de vestir, o ese cantante o actor que se encanta a sí mismo, que dicen cosas como «Yo llevo una vida normal» o «En mi casa me encanta comer huevos con papas«, mientras que todo en su lenguaje no verbal, en sus manos enjoyadas, o en sus enormes gafas de sol, o en su barbilla despuntando nos hace pensar que miente.

Pero sobre todo, una diva es esa persona que hace lo que quiere escudándose en su amor al prójimo. De manera que ante cualquier reproche su argumento acaba con la discusión: «Lo siento, pero yo me debo a mi público«. Y eso es lo que impide el pacto político a nuestros gobernantes. Se deben a su público. Es un divismo político causado por la mitificación de la  supuesta necesidad de «ser un líder carismático» como requisito previo para ganar las elecciones. Que es diferente de ser un buen político y mucho menos un buen estadista. Y no es que a mí me encante el Estado. Pero mientras lo financie el sudor de mi frente quiero que sea el más eficiente y reducido posible, ya que está ahí. Así que sería genial si se diferenciara entre buen gestor del dinero de todos y ese mal llamado carisma que no es sino divismo de bajo nivel.

Pero eso no es lo peor. Lo más terrible es que el pueblo español (usted, en concreto, no… todos, en general) ha caído en este divismo invertido y actuamos como las fans de la Pantoja (cantante de copla española encarcelada por blanqueo de capitales), que todo le perdonan por pura obsesión. De manera que si Isabel Pantoja delinque, sus fans señalan que el otro más. Y si es condenada a prisión, se preguntan escandalizados qué va a ser de «su arte», porque ella… se debe a su público. Como si ser popular te eximiera de todo.

A esta lógica política es necesario añadir el miedo, que es el motor de nuestras sociedades. Ese miedo que llevó a todos los representantes de los partidos políticos españoles junto con los principales sindicatos y la patronal, a firmar los Pactos de la Moncloa, a raíz de la crisis económica de los 70 y la inflación del 26% (algún venezolano debe estar sonriendo ahora). Ese miedo es el que nos mueve, pero en sentido contrario, ahora. Y ese miedo es explotado impúdicamente por los políticos divos. También en esta ocasión el españolito medio ha asumido su papel y se ha identificado como víctima aterrada mirando en la televisión una película de monstruos.

La conclusión es que el votante entiende que el candidato «se debe a su público» y no pacta, pero que hay que seguir votándole por miedo al otro. Lo del gobierno mínimo y eficiente ya lo dejamos para otra ocasión. Nuestra madurez política está estancado en el nivel preadolescente. Y no salimos.

De la representación y la parodia.

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Esta semana me voy a permitir el lujo de discrepar. Y es un lujo porque se trata de amigos liberales argentinos como Alberto Medina o Gabriel Zanotti, y otros muchos que han expresado su opinión acerca del escrache protagonizado por  Carlos Zanini (político kirchnerista argentino) en un avión. La gente, de manera espontánea, comenzó a increparle de la peor manera. Alberto, Gabriel y mucho otros a quienes leo en Facebook, argumentan que es un acto cobarde que un grupo de 50 personas acose a insultos e increpe violentamente a una sola persona, en un lugar que (para mí) ya es de por sí asfixiante, como es un avión. Resumo las ideas principales: los problemas legales se disputan en la justicia, los problemas morales en el fuero íntimo, las opiniones siempre son respetables, pero este tipo de agresiones no tienen justificación; como no hay partidos políticos liberales en el Parlamento, se genera mucha frustración en la clase media porque no hay manera de combatir el socialismo en las urnas; que se critique todo lo que haga falta y la justicia cumpla su función. Sí a la condena social pero no al escrache y la violencia. La opinión que más me gusta y con la que estoy más en onda es la de Gustavo Lazzari, que copio de Facebook:

No me van los escraches. Me parecen una mariconada. Podemos intelectualizar y cacarear con lo de «condena social» y hartazgo y bla bla… Al rival se le gana en la cancha, con todas las armas. Seguro que los que joden a Zanini encerrado y solo en un avión van a un acto de la Cámpora y se hacen encima. Ni hablar si a los escrachadores le pedis $100 para una causa liberal o luchar contra la corrupción, para que bajen los impuestos y para demoler el sistema K. Salen zumbando como Máximo cuando se le rompe la play..

Así no, loco..

Vayamos a los debates y ganemos
Vayamos a las urnas y ganemos
Vayamos a la justicia con pruebas y metámoslo presos.

Todo lo demás es humo.

 

Mis dudas. En primer lugar, ¿por qué no hay partidos políticos liberales y los que hay no tienen representación parlamentaria? Yo ya le dediqué un capítulo en Las Tribus Liberales pero es un tema que da para mucho más.

Independientemente de eso, ¿existe de verdad una representación en este sistema político? Y no puedo por menos que traer el caso español a día de hoy. Los españoles que votaron (yo soy abstencionista recalcitrante*) eligieron al Partido Popular mayoritariamente, pero el resto de los partidos no le han consentido gobernar. El pacto de gobierno se ha hecho imposible, principalmente por la incompetencia de los mal llamados líderes políticos, que han jugado con el sistema (porque pueden) y han agotado la paciencia de los ciudadanos, a quienes ya nos da igual ocho que ochenta. Las declaraciones del encargado de formar gobierno por Felipe VI, el socialista Pedro Sánchez, el martes por la tarde, ofrecen un retrato bastante real de la infamia política de mi país. Y eso que no tenemos a la familia Kirchner. No me cabe duda de que no es un fenómeno español, en Argentina es igual o peor, y en otros países europeos probablemente también, pero mejor. No hay representación sino pantomima. No hay justicia independiente sino sesgada. No hay debate sino juego sucio. Y en esas condiciones, no hay tanto margen de actuación como mis amigos parecen transmitir. Y no justifico el escrache en el avión, posiblemente Gustavo tiene razón cuando afirma lo que afirma. Pero decirle a la gente «Tienes las urnas para ajustar cuentas y penalizar a los ladrones» es mentir. No sirven ya. Ni los tribunales sirven o no siempre. Precisamente de esta falla es de la que se nutre gente como Pablo Iglesias, el Chávez español. El cansancio hace mella y cuanto mayor es el hastío político, más fácil es unirse al «Por favor, ¡que venga el que sea menos esta gentuza!». Y ya tenemos a PODEMOS en el Parlamento.

Pero lo que más me ha gustado de la opinión de Gustavo Lazzari es «Todo lo demás es humo«. ¿Dónde nos deja esa frase tan certera a los liberales? ¿Perdemos los debates y las elecciones? ¿Emprendemos acciones judiciales contra los corruptos?

En otras palabras ¿Estamos fuera de la cancha?

 

 

 

 

* Soy abstencionista convencida. Estoy acostumbrada a que me dirijan todo tipo de insultos por ello, si se siente mejor, no dude en hacerlo. Mis principios me sustentan.

 

Populismo: todo lo que baja, sube.

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El pasado miércoles tuve la suerte de moderar uno de los paneles del Free Market Road Show de Madrid, organizado por el Austrian Economic Center y el Instituto Juan de Mariana. Se trataba de analizar el problema del populismo y del deterioro del estado de derecho con tres grandes personas: María Murillo y Enrique Ghersi de Perú y Carlos Rodríguez Braun de Argentaña (es tan argentino como español).

La idea principal del panel era que el abuso por parte de los partidos tradicionales deja a la gente de la calle, el votante medio, a los pies de los otros partidos, los de nuevo cuño. En España tenemos a UPD, Ciudadanos y Podemos. De los tres, el que tiene más tirón es Podemos porque es populista, es decir, promete sin escrúpulos lo que sea menester, regala el oído al votante, le justifica su enojo y su indignación, y una vez en el poder, se perpetúa hasta el infinito y más allá. Y eso lo hacen partidos populistas de izquierda y derecha. No importa que la historia reciente muestre los desaguisados perpetrados por estos gobiernos populistas, los asaltos impunes a las libertades de los ciudadanos, los desastres económicos que dejan a su paso. La gente no necesita que le hablen de moderación y serenidad, por eso le fue tan mal a UPD. El pueblo necesita que alguien grite su cabreo, que alguien diga que son unos ladrones. Tampoco importa que todos sospecháramos en unos casos y supiéramos en otros, que aquello olía a podrido. No importa que los votantes siguieran eligiendo a los mismos en Valencia y en Andalucía. Ahora lo que necesitamos es que alguien apadrine nuestra rabia y exculpe nuestras elecciones miedosas. Así es como llegaron los más famosos populistas al poder. Luego vino la patada a la Constitución, la mordaza, y todo lo demás. ¿Cómo salir de ello?

María Murillo sostiene que solamente cuando la sociedad ha pisado fondo se da cuenta de que no puede pasar un día más con esa gente en el gobierno. Y así se fueron los Kirchner, así se frenó a Evo Morales y así se plantó cara a Maduro. A pesar del fraude electoral, de la manipulación de las estadísticas, se ha hecho sin revoluciones. Parece que solo nos salvará la miseria ¿Eso es lo que tiene que pasar a una sociedad anestesiada y con el estómago lleno? No me imagino cuánto tiempo tardaríamos en echar a Pablo Iglesias de la Moncloa si llega a ser presidente.

Afortunadamente, Carlos Rodríguez Braun recordaba que la pertenencia a la Unión Europea va a ser un freno enorme a que Podemos se exceda al estilo Maduro. Si no pagamos la deuda, si no hacemos las reformas prometidas, si nos encaminamos hacia el abismo en el que está Grecia ¿lo van a consentir nuestros socios europeos? Y no sé qué me da más miedo, la muerte súbita bolivariana, que sería rápida porque nosotros no tenemos petróleo, o los efectos de un proyecto híbrido, «europeizado», podemita que acabe con la sociedad desangrándola lentamente.

La sociedad sin secuelas

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Escena 1.- Exterior día.

Todos los españoles estamos indignados. Todos los políticos son unos ladrones, unos corruptos y unos aprovechados. Nadie se explica cómo es posible que sigan en la calle tantos mangantes, supuestos servidores públicos. Unos dedos apuntan a la trama Gürtel, otros a la de los EREs andaluces, a la operación Púnica, a los consejeros de Cajamadrid que cobraban en negro, a los sindicatos y el fraude en los planes de formación, a los Pujol, a la infanta. Nos hemos quedado sin dedos de tanto señalar a los delincuentes que siguen libres, que no se sabe ni siquiera si llegarán a pisar la prisión, y menos a devolver lo malversado o robado.

¿Cómo es posible? ¿Hasta cuándo tenemos que aguantar? ¿Qué alternativa nos queda? ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer esto?

Escena 2.- Interior día.

Un tipo que vende libros como rosquillas, que se ha atrevido a dirigir una «presunta» obra de teatro (perdón dioses del Teatro por semejante aberración) y presenta programas de televisión de máxima audiencia comenta una tragedia sucedida a una compañera. Ella, presentadora del mismo tipo, hija de una de esas presentadoras «grandes» y abrumadoramente famosas, deja escapar una lágrima porque un par de novios pasados, cada uno por su cuenta, amenazan con enseñar fotos y vídeos comprometidos de contenido sexual de ella. Y, claro, como madre de una adolescente está preocupada por cómo lo afrontará su hija.
El presentador, arrebatado de indignación, se solidariza con su compañera y afirma, casi como declaración de principios, que la vida no es nada si uno no puede cometer locuritas sin temer que te pasen factura. Aplausos y ovación del público.

Escena 3.- Interior noche.

Una sociedad en la que los líderes de audiencia, creadores de opinión, la nueva intelectualidad de horteras, proclama que la vida no es vida si tiene consecuencias no puede luego exigir que los demás paguen por sus actos.
Una falta de prudencia no es lo mismo que un delito, es cierto, pero la actitud, la mentalidad, el mensaje que se transmite es similar.
Las adolescentes se hacen selfies subidas de tono y las suben a su Facebook y los mayores, los que aplauden cuando se defiende que pasar fotos o grabarse en vídeo en situación comprometida no debería tener consecuencias, les explican que no es que esté mal, pero que hay que ser prudente porque una nunca sabe quién ve qué cosas y que, a lo mejor, esas amigas a las que les pasas las fotos en bikini sacando la lengua «de aquella manera», no lo son tanto, o pueden dejar de serlo y convertirse en enemigas, y a saber qué van a hacer con ese material.

Son los mismos. Los mismos que se aterrorizan ante determinadas cosas y fomentan la mentalidad que lleva a eso tan abominable.

Una sociedad sin consecuencias, sin secuelas tras un comportamiento arriesgado es una sociedad que no puede mejorar, que castra su capacidad de aprender de sus errores. No es la sociedad que puede criar a sus hijos como personas responsables de sus actos. Y si no son responsables, si no eligen a sabiendas porque no están acostumbrados a asumir el precio de esas elecciones… ¿son libres?

El que resiste, gana

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Esta frase la oí por primera vez mientras preparaba mi tesis y mis cursos de doctorado. La persona que la pronunció era mi director de tesis entonces y actualmente es mi amigo y mi maestro. Mi manera de ser impulsiva, ansiosa de resultados inminentes hizo que me cayera fatal el consejo. ¡Pues vaya una manera de conseguir las cosas! ¡Por agotamiento!

Pero lo cierto es que es uno de esos consejos que vas asimilando cuando pasan los años y la realidad lima las aristas de la impaciencia. Hoy es el lema que podría definir la situación en Venezuela.

Ya sé que llevo unas dos semanas como obsesionada con el tema y que no hago más que escribir y comentar las novedades que nos llegan de ese país. Pero estamos ante un caso que puede marcar un sendero, una encrucijada, para la política latinoamericana. Gana la Democracia con D mayúscula o gana la manipulación y la perversión del sistema democrático. Una vez que los venezolanos deciden seguir los pasos de los estudiantes, a pesar de las bandas de boicoteadores, los que se aprovechan de la situación para robar y matar, y ese tipo de situaciones que lamentablemente se dan en cada revuelta política, exigen a Maduro que se vaya por conducir al colapso la economía del país. Podemos analizar si Maduro es la culminación del régimen chavista o su caricatura, pero lo importante es que la gente se ha lanzado a las calles y está siento reprimida con violencia oficial. ¿Eso es legítimo?

Al lado de ese fenómeno nos encontramos las reacciones de los países vecinos, menos vecinos, compañeros de lengua, amigos, y simplemente observadores distantes. Y lo más grande de todo es que no hay respuestas contundentes y claras, ninguna misiva llamativa. La tibieza con la que pronuncian ante los micrófonos mirando al papel escrito «Pedimos que acabe la violencia» suena en el aire de las calles de Tachira como el deseo de paz en el mundo de una miss regional de tres al cuarto. Son palabras vacías, dichas por compromiso, por no mojarse. Es la elocuencia de la cobardía emitida en los informativos de televisión. En resumen: un asco.

«Dejen de matar civiles» en un tono imperativo habría sido una buena manera de definir la posición de cualquier persona con cierta humanidad. Los líderes de derecha y de izquierda en España se miran unos a otros y ponen excusas del tipo «Te están manipulando, no lo sabes, pero hay intereses americanos detrás de los estudiantes» o bien «¡Pero si los venezolanos llevan protestando así por años!«.  Ah, bien. Qué tranquila me quedo. Debe ser que no hay intereses cubanos detrás de Maduro. O que nadie sabe que hay petróleo en Venezuela, monopolizado por el Estado y utilizado como silenciador. ¡Y funciona! Todos callan o hacen declaraciones blandengues, porque todos temen qué pueda hacer Maduro con los contratos que se están firmando mientras caen los estudiantes. Y luego están la derecha más radical y la izquierda más radical posicionándose una frente a la otra, más pendientes de estar bien enfrentados que de analizar qué pasa en Venezuela. Les da igual los excelentes análisis de Juan Ramón Rallo y Manuel Llamas acerca de las causas y consecuencias económicas de lo que sucede, les interesa saber dónde está su oponente para ponerse al otro lado. Y esa actitud me cansa mucho.

A mí me preocupa cuándo van a recuperar la libertad (tal vez entregada en forma de votos) los venezolanos. Me interesa saber si quienes dicen aquí «ellos votaron» creen que nosotros nos merecemos, por tanto, la corrupción y la degradación política que tenemos en España porque, queridos, «ustedes también votaron«.  Me pregunto si ese clamor en forma de susurro, ese grito en voz baja, de los líderes internacionales pidiendo el fin de la violencia no significa más bien: «Ay, dejen ya de pelearse que me van a obligar a cuestionarme mi propia hipocresía. Pacten, por favor». Yo estoy en contra de la violencia y a favor de los venezolanos. A favor de quienes piden por twitter que abran los wi-fi para que los manifestantes puedan comunicarse, quienes nos enseñan la sangre derramada, quienes tratan de organizar un poquito el caos, que intentan saltarse de alguna manera la censura informativa, y que luchan, nada más que reclamando seguridad, abastecimiento, y libertad.

El fin del régimen de Maduro implicaría que hay una esperanza para la libertad. El triunfo de Maduro mostraría de qué somos capaces los arrogantes países democráticos por nuestros semejantes, nosotros a quienes nos están pidiendo ayuda explícitamente  los venezolanos, por no mover un dedo amparándonos en la constitucionalidad, y de ese modo putrefactando ese mismo concepto, tan importante para el desarrollo político de nuestra civilización.

Y para que gane la libertad, es imprescindible que los venezolanos se crean ese consejo tan simple que me dio Carlos Rodriguez Braun hace ya mucho tiempo: El que resiste, gana.

#VenezuelaResiste #Venezuelanoestasola

This is a man’s world. Isn’t it?

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Al parecer hoy es el Día Mundial Contra la Violencia de Género. Para un «grinch» femenino como yo, que huye de celebraciones, Navidades, días de, homenajes y rememoraciones, es un día terrible.

El tema no admite dardos irónicos, ni sentido del humor alguno. Ni vale tratar de zafarse. Eres mujer, eres crítica, eres libertaria y, sobre todo, tienes esa imperiosa necesidad de señalar la arruga en el mantel o el roto en el calcetín.

No nos hagamos de nuevas, que la violencia es consustancial al ser humano es de todos sabido. Que el violento se ceba con el débil también. Que eso pasa entre los hombres y entre las mujeres, es también notorio, de diferente manera, pero creo que está claro. Que las mujeres somos físicamente más débiles que los hombres, no requiere de ninguna explicación. Pero año tras año, salen de nuevo las cuestiones de siempre, que no por volver a repetirlas o a denunciarlas con las cejas enarcadas y grandes aspavientos se solucionan. Cuando una mujer abofetea a un hombre ¿él debe aguantarse o denunciar? ¿Con qué cara te recibe la policía? ¿Y el juez?

Cuando una mujer maltrata psicológicamente a una mujer o a un hombre de manera sistemática ¿qué pueden hacer la maltratada y el maltratado? ¿tiene las mismas herramientas para protegerse? ¿psicológicas? ¿legales? Que sí, que a todos nos parecen muy mal que las mujeres seamos víctimas de palizas y abusos, pero como las estadísticas al parecer hablan pues nadie se ocupa de los demás casos. Y además, si dices algo fuera de lo habitual, siempre, por precaución y por evitarte monsergas, debes recalcar que tu estás muy en contra de la violencia de género y que conoces algún caso cercano y es terrible. Con lo que odio dar explicaciones y justificarme.

A mí me cansan mucho esos parapetos que ocultan a mucho sinvergüenza (ellos y ellas) que, finalmente, hacen del sufrimiento de otro su forma de vida. Las estadísticas no me dicen nada. Porque si un señor aparece muerto flotando en un río no es violencia de género y si la que aparece es una mujer, sí lo es. ¿Por qué? Pues no sé. Es esta idea de que como hemos sido tan vapuleadas en el pasado hay que desplegar políticas de discriminación positiva. Y eso no me puede parecer más errado, por más buenista que parezca la cosa. Si lo hacemos con el sexo, pongamos esa política en práctica también según la raza y la edad. ¿Qué raza ha sido históricamente más maltratada? ¿Qué edad? Pues apliquemos leyes especiales. Y así nos cargamos la igualdad ante la ley para siempre y generamos, paradójicamente, mucha más violencia en la sociedad. Eso por no entrar en la herencia intergeneracional de la injusticia. Y entonces, deberíamos plantearnos qué injusticias y tropelías cometidas por nuestros antepasados tenemos pendientes y debemos seguir reparando.

Pero el tema principal es otro: la sociedad genera violencia y demoniza la violencia. La sociedad, ese entramado en el que crecemos rodeados de violencia, física y psicológica, esa violencia inherente al sistema, que se añade a la violencia propia del ser humano. Porque vivir es violento, crecer es violento, el choque con la madurez lo es. Pero nada comparado con la violencia de ir a un colegio, aprender al ritmo de 24 niños más, someterte a unos cánones dictados por mayores a los que les importas un bledo porque lo que quieren es que tus papás les voten, amoldarte a las normas que marcan unos profesores sin incentivos, y convivir con unos compañeros educados en los prejuicios en los que tú también nadas.

Políticos muy socialistas de toda la vida, de derechas o de izquierdas, denunciando el horror de la pobreza y pidiendo que le quiten dinero a los demás y que unos hombres trabajen para que otros puedan vivir a su costa apelando a una mal llamada solidaridad. Y ellos cobrando dietas y prebendas parlamentarias, ocultando corrupción a paladas, y poniendo cara de lástima mientras claman que no todos son iguales y que qué mala soy. Cantantes, actores y gentes de la farándula internacional con el tabique destrozado por la cocaína enarbolando la bandera de la lucha contra las drogas y exhibiéndose como mega-naturales porque hacen yoga y viven en una casa con césped. Ejecutivos que exigen riguroso cumplimiento de las normas a su alrededor, que se han acostado con todo lo que se ha dejado, que mantienen un contrato matrimonial conveniente en especial en términos económicos, y que se escandalizan porque haya personas que defienden la libre actividad… la de las prostitutas también. Defensores de la revolución comunista y de la libertad que encierran homosexuales en campos de concentración. Y así podemos seguir con la religión, la universidad y el sistema judicial. Todo apesta. Crecer en esta sociedad es lo más violento que hay. Pero… se demoniza la violencia hipócritamente, y me refiero a la agresión como defensa propia.

Ante la avalancha de violaciones en citas, la superioridad indudable del hombre físicamente, la violencia física en el hogar, propones la libertad de armas y te tratan de loca, porque las armas generan violencia. Y mata el dedo que aprieta el gatillo, no el gatillo. Si las mujeres tuviéramos la oportunidad de defendernos, de aprender a manejar un arma, de disparar en un brazo al violador, o al aire para disuadir al agresor, creo que estaríamos más protegidas.

Y no estoy loca. Loca está la que abre un hashtag en twitter que dice #machetealmachito para defender la lucha contra el mal trato. Esa y las que proponen acabar con la igualdad ante la ley para defender la igualdad de las mujeres.

La ONU son los padres, Ricardo.

Cinco de enero. Millones de niños pensando que tres tipos con vestimentas exóticas, antiguas, extrañas, vienen de algún lugar ignorado y se deslizan por nuestras ventanas, o atraviesan las paredes, o hacen nosequé, y entran en nuestras casas. Son reyes, y son magos, de los que hacen magia Borrás. Y sabios. Los mismos que persiguieron la estrella hace dos mil años vienen hoy a traer juguetes a los niños. Noche de ilusión y esperanza, de fe en que te van a traer lo que les has pedido.

Pero, Ricardo, has de saber que los reyes magos no existen, son los padres. Como la ONU. Tu vota, pide, con toda tu ilusión, tu bondad. Pide desde ese guindo (que compartimos, todo sea dicho) al que andas encaramado. Pide que, seguro, seguro, que la ONU te va a traer el coche teledirigido, la cometa, el mecano, el Chiminova, la tabla de surf y todo lo demás. Tan seguro como que los reyes magos vienen cada cinco de enero. Misma probabilidad.

La ONU, que no está claro para qué sirve, a quién sirve, pero sí quiénes pagamos, nos pide que votemos porque están (de repente) muy interesados en saber cuáles son nuestros tormentos, preocupaciones, nuestras prioridades para lograr un mundo mejor. Oiga, qué gente tan buena, qué majos todos y qué esforzados.

Pues yo se lo digo: mi preocupación es que exista la ONU. Mi tormento es ver cómo la ONU se reúne y manipula las vidas de miles de millones de personas, vía esos representantes que no nos representan, con nuestro dinero. Mi prioridad es que dejen que las personas nos organicemos de otra forma, esa que está por descubrir y que ustedes mandatarios de la ONU temen tanto porque es la manera de esquivarles a ustedes, su hipocresía, su corrupción, su status quo y sus mangoneos.

Que son los padres, Ricardo. O peor, son los carceleros.

El sector público español: el tamaño importa, la calidad también

En estos últimos años, uno de los mantras repetido por algunos analistas económicos ha sido que hay que reducir el gasto público, que hay que disminuir el tamaño del sector público. Pero no todo el mundo tiene una idea de lo que se está hablando. Nuestro sector público es problemático. Digamos que el niño nos nació ya grandecito y con ganas de comer, de forma que mantenerlo a raya siempre ha sido difícil. El principal escollo es la mentalidad del español. Cuando Si digo que entre el año 2000 y el año 2008 el gasto público por habitante general creció un 58% y alcanzó casi los 10.000 euros, mucha gente con muy buenas intenciones pero poca idea de economía doméstica básica pensará que eso es fantástico porque indica todo lo que el Estado hace por nosotros. Pero la realidad es que ese gasto no llueve del cielo: lo financiamos con nuestros impuestos. Así que esos casi 10.000 euros son lo que tenemos que financiar por barba a papá Estado. Por eso es alarmante que el crecimiento del gasto público por habitante en el período 2000-2008 haya sido del 58,7% en general, del 17,9% a nivel estatal, del 103,6% a nivel autonómico y del 63,2% a nivel local. Y no teníamos el huracán de la crisis y recesión encima. Asusta.

Entre el 2008 y el 2010 el gasto conjunto de las Administraciones Públicas creció más de un 17%, hasta equivaler a un 46% del PIB. La lectura de este dato es alarmante: del crecimiento de la producción española, casi la mitad se la “come” el sector público, no todo el 46% porque hay que tener en cuenta el gasto de inversión del Estado. Pero en cualquier caso, eso quiere decir que una gran parte de lo generado por la iniciativa privada no vuelve a las manos de los ciudadanos que la crearon. Es verdad que el Estado hace cosas por sus ciudadanos. Supuestamente nos provee de bienes y servicios necesarios para la comunidad, como educación, sanidad, carreteras… Y ahí aparece la otra variable de la ecuación: ¿es el gasto público español eficiente?

En general, no. La muestra es los servicios e instituciones públicas que se duplican en los ámbitos estatal, autonómico y local. O las partidas de las subvenciones que se dan a países preferentes en cooperación y desarrollo. O las subvenciones a partidos políticos, fundaciones y sindicatos. O el dinero inyectado en empresas y actividades que no son rentables pero que ofrecen un rédito en términos de votos a los políticos en el poder.

El problema que subyace a la hipertrofia del sector público es que no podemos pagarlo: no podíamos antes, por razones obvias mucho menos ahora. En plena contracción económica, con un 22% de la población en paro, destrucción de empresas, ya no basta con una subida de ingresos. Hay que meter la tijera cuanto antes al descomunal gasto del sector público que hemos heredado en especial del gobierno de Rodríguez Zapatero. Ganaremos control sobre nuestras vidas y, sobre todo, sobre nuestro dinero.

(Publicado en La Razón, 17 de febrero de 2012)

Capacidad para aburrir al personal

(Desde el lunes pasado colaboro en el nuevo periódico digital de Jesús Cacho, Voz Pópuli. Este es mi primer artículo).

Mientras Fitch nos rebaja la calificación, nuestros políticos, en plena campaña electoral, hacen alarde de su capacidad para aburrir al personal.

Las razones de Fitch parecen claras: una enorme deuda externa, las cuentas autonómicas deficientes y una perspectiva de crecimiento menor al 2% hasta el 2013 como mínimo. La exposición de la economía española a las variaciones en los tipos de interés, la necesidad imperiosa de un ajuste de los presupuestos de las autonomías y el lastre que supone una tasa de desempleo mayor del 20% sustentan la recalificación de la agencia de rating europea.

Sin embargo, nuestros políticos están demasiado ocupados como para coger el toro por los cuernos. El PSOE sigue tratando de convencernos de lo bien que lo ha hecho y de lo malos que son quienes nos cuentan que el emperador anda desnudo. Izquierda Unida propone medidas económicas como la “fiscalidad ética” que nos llevaría a una economía de siglos pasados. El Partido Popular, seguro de su triunfo, esboza medidas sin terminar de definirlas, no sea que se chafe la victoria, y continúa con su táctica de subrayar en fosforito los fallos y las renuncias del partido que aún gobierna. Los partidos nacionalistas, como siempre, intentan medrar para seguir siendo necesarios sea quien sea el ganador de las elecciones. Y las formaciones políticas más pequeñas tratan de capear el temporal de impedimentos que nuestro esclerótico sistema electoral pone para que tengan un mínimo de representación en el Parlamento de la nación.

Ninguno de los argumentos de Fitch son nuevos, son más de lo mismo, pero no he leído a ningún político que ofrezca un paquete de soluciones para paliar la desconfianza que genera nuestra economía desde hace ya demasiado tiempo.

Los discursos políticos, por el contrario, son pesados por previsibles, nada novedosos, y los ciudadanos necesitamos otra cosa.

¿Cómo se restaura la confianza de los mercados internacionales? Seguramente con firmeza y un proyecto a medio-largo plazo coherente. Y eso es lo que falta. Ninguno se atreve a decir la verdad: vamos a recortar el llamado Estado de Bienestar, nos vamos a ver afectados todos y lo vamos a pasar mal hasta que las aguas vuelvan a su cauce.

Sin embargo, lo que se ve desde fuera, además de a los indignados apalancados durante meses con la bendición de las autoridades en medio de las plazas públicas, es un país en el que suceden cosas como el escándalo del ayuntamiento de Parla. Tal y como relata el Financial Times, la quiebra del municipio del cinturón industrial de la Comunidad de Madrid no es un caso único. Durante los años de bonanza los bancos y cajas financiaron los desmanes de los ediles más manirrotos. Y llegado el momento actual, con la crisis de liquidez y crédito de nuestro sistema bancario, con la delicada situación de las cajas, los déficit de aproximadamente 8.000 municipios ponen encima de la mesa la terrible realidad: no hay dinero para pagar al personal. Si se tratara de empresas privadas desaparecerían. Pero siendo corporaciones públicas están exentas del veredicto del mercado y la competencia. El caso es que se libran aunque no gratuitamente: alguien paga. Eso sí, no serán los políticos aficionados al gasto excesivo del dinero ajeno quienes sufran las consecuencias. No salir reelegido no es lo mismo que apoquinar para cubrir los rotos financieros. El dinero saldrá, en última instancia, y como siempre, de la sufrida clase media.

Y, paradójicamente, es la misma clase media que clama por no tocar el Estado del Bienestar. Pero ¿qué es el estado del Bienestar? Una de las mejores campañas de marketing de la historia reciente según la cual el Estado, con el dinero de todos, debe asegurar una vida digna para todos. El problema es que el dinero con el que se financia no es de “todos” sino de la clase productiva y que nadie ha definido exactamente qué significa “una vida digna”. En el fondo no se trata de que los más necesitados sean avalados por los que generamos riqueza, sino de que los grupos de presión favorecidos por el político de turno se financien con el producto del trabajo de unos cuantos, sean artistas de dudoso éxito, colectivos dispuestos a vivir del cuento o gente que realmente necesita un empujón para salir adelante. Y ahí a los políticos se les ha ido la mano: están acabando con la gallina de los huevos de oro.

La perspectiva futura pasa, si un milagro no lo remedia, por una subida de impuestos, recortes presupuestarios, vacas más flacas aún. Los ciudadanos le echaremos la culpa a los políticos, o al chachachá, pero nadie asumirá su responsabilidad, ni el bolsillo del alcalde de Parla, ni los gestores de las cajas, ni quienes miraron al techo mientras todo eso sucedía.