Ayer escribía en las redes que son contraria al delito de odio porque son los actos los que pueden ser constitutivos de delito. No las intenciones. Y tuve que aclarar que a los Jordis se les ha encarcelado preventivamente por sus actos, no por sus sentimientos. Ahora añado que tampoco se les ha encarcelado por manifestarse, sino por organizar activamente una revuelta violenta, con empujones, con daños materiales a varios coches de la Guardia Civil y con la retención de una letrada de la Administración de Justicia, y un grupo de agentes desde las 22:00 hasta las 7:00 am del día siguiente. Y dejo partes del texto del auto.
Categoría: justicia
La maldición equidistante
Cada vez que una se retira, da un paso atrás para observar o para reflexionar. Cada vez que presento mis respetos junto con mis dudas al respetable público en las redes sociales. Cada vez que un tema me resulta demasiado complicado y me doy cuenta que opinar trae consigo un alto riesgo de patinar por ignorancia, alguien me desprecia porque interpretan que no me mojo, no me muestro, no me sitúo en ningún lado de la frontera. Soy «equidistante». Equidistante entre comillas porque es un insulto. Y te citan el versículo donde Dios vomitaba a los tibios. Y sacan pecho con su bandera (una o la otra) orgullosos porque ellos sí saben qué es lo correcto, dónde está la justicia y la verdad.
A todos vosotros os tengo que decir con todo respeto que no me importa nada vuestra mirada, vuestra reprobación y vuestro desprecio. Me da igual. Y voy a seguir dándole vueltas y preguntando, leyendo, analizando el tiempo que necesite o me dé la gana. Gritad lo que queráis vuestras consignas.
Yo hoy, sábado 7 de octubre, no estoy con mi bandera española en la plaza de Colón en Madrid, no solamente porque estoy en Jaén, sino porque mi corazón no está ahí, está aquí con mi familia. Pero mañana mi corazón estará en Barcelona. Con Felix Ovejero y aquellos catalanes que han permanecido callados e ignorados durante mucho tiempo. Los que no han votado el referéndum. Los que se quedaron huérfanos de partido político (socialistas y peperos) y trataron de unirse para crear una plataforma nueva y diferente. Y lo lograron. Y pasó lo que fuera después, pero lo hicieron.
Tengo amigos independentistas convencidos, como Marco Bassani, que casi me convence. Y les respeto. Como respeto a quienes creen en la unidad de España ciegamente. He dicho varias veces que mi modelo sería una España federal, sin escupirnos a la cara.
Pero más allá de los modelos ideales, de plantearse si la secesión es un derecho o no, hay algo que parece que olvidamos. La situación de los catalanes no nacionalistas ha llegado a límites insoportables. El que las empresas estén trasladándose muestra hasta dónde las cosas van en serio. Que haya profesores como Félix y tantos otros que estén pasándolo mal, ciudadanos de a pie, que tienen miedo, medios de comunicación, que no menciono por si las moscas, cuyos directores, amigos también, te cuentan el estado de terror que viven, cómo la arbitrariedad ha tomado el poder, es un completo sinsentido.
Pero esa situación no ha sobrevenido de la noche a la mañana. Es el fruto de años en los que estos catalanes han estado completamente abandonados y olvidados. Cuando vi al rey decirles «No estáis solos», pensé que le faltó añadir «no como hasta ahora». Porque mientras los políticos del PP y del PSOE negociaban con los políticos nacionalistas y les daban más dinero y más poder, esta buena gente veía cómo caía el nivel de oxígeno y cada vez les resultaba más difícil respirar. Sentían la presión y la represión en sus trabajos, en la administración y se defendían o callaban, completamente solos. Muchos de los que hoy estaban con la banderita han votado una vez y otra a todos esos políticos del PP y del PSOE que perseguían victorias electorales y gobernaban «para todos» excepto para ellos, los catalanes olvidados.
Y por eso mi corazón mañana estará manifestándose con ellos. Estaré allí con mis dudas, mi necesidad de conocer, de escuchar, mi defensa de la ley y de la necesidad de que se modifique porque está al servicio de la sociedad y no al revés, y con mi idea de que la secesión debería ser algo posible. No así, desde luego, pero posible. Una secesión votada con garantías, sin pisotear a la mayoría silenciosa que mañana sale, por primera vez y se expresa. Sean tres o tres millones, estaré allí.
The N worLd (no this N, the other N)
Es sabido que en Estados Unidos, mencionan las palabras tabúes por su inicial, como the C word por cáncer, the F word por fuck, etc. Si hay un tabú en lo que se refiere a la situación venezolana es the N word, por NARCO. (Hay otra N word, pero no me refiero a esa).
La dictadura de Maduro no es una dictadura opresora, asesina, ilegítima, y todas las cosas que se nos ocurra, solamente. Es ante todo una narco-dictadura. No se dice muy abiertamente en redes, no se habla en las noticias del narco-gobierno, se insiste en que financian a este partido o al otro, a veces, cuando hay alguna detención se pronuncia la palabra «sospecha», como un manto que lo cubre todo, y el silencio, el cómplice más cobarde, se vuelve viral, se contagia, no sea que digas algo que luego se vuelva contra ti, contra tu cadena o tu medio y acabemos atravesando el desierto de la defenestración, camino del exilio del olvido.
Quienes saben de verdad lo que pasa en Venezuela y tienen coraje, te explican que es como si un cartel internacional hubiera ocupado las instituciones estatales, empezando por el propio gobierno, pasando por el ejército. Un horror. Porque entre el petróleo y el dinero de la droga (que es un negocio nutrido por la prohibición, recordémoslo), estos delincuentes con mando en plaza tienen cuerda para rato. Y los mensajes que llegan a Europa de la oposición no hablan de eso, hablan de la violación de los derechos humanos, del hambre y de Maduro, pero no dicen en el Consejo Europeo que los venezolanos están secuestrados por una banda internacional de narcotráfico. Pero esa situación, con todo lo terrible que es, no es el peor escenario. Porque en Colombia, los narcotraficantes de la guerrilla, en muy poco van a ocupar también las instituciones, ya están avanzando en el blanqueo de imagen, y lo están haciendo muy bien. En España sabemos con qué facilidad los terroristas lavan su cara y ganan ayuntamientos en una interpretación pervertida de la democracia. Y en México también hay problemas en las relaciones «sospechosas» entre las instituciones y los narcos.
Por eso, más que the N word, hay que hablar de the N world, el mundo del narco, y cómo va a cambiar la realidad latinoamericana, cómo va a afectar a los demás socios internacionales, la Unión Europea, el bloque de influencia ruso, los Estados Unidos, etc.
El silencio, en este caso, además de cómplice, es fruto del negacionismo, no queremos ver, es mucho mejor no saber lo que está pasando para no tener que hacer nada, sobre todo porque ¿qué se podría hacer? ¿quién va a ser el primero que le ponga el cascabel al gato? No hay más que considerar todo el tiempo que ha pasado, el número de muertos, el hambre, la escasez de lo más básico en Venezuela que ha soportado Occidente antes de emitir taimados comunicados y proponer alguna sanción. Y eso partiendo de que se trata solamente de una dictadura donde reina la barbarie. Si añadimos el narco-tráfico, nos vamos a ver obligados a hacer algo más, ¿recuerdan a Noriega? Pues, fíjense, tal vez esa sería una solución para sacar a Maduro y sus chicos del poder.
El deterioro de nuestras instituciones crece, se agrava, se consolida. Nos permite ocultarnos tras nuestra legitimidad de cartón piedra, ser cobardes disfrazados de corrección y diplomacia, indignarnos en la televisión, en las redes sociales, mirando por un agujerito a través de nuestra comodidad y abundancia lo que viven en Venezuela, como si no nos afectara, como si fuera una realidad paralela. Y esa disociación de la realidad es lo que nos está matando por dentro.
Mientras tanto, agradezco a Diego sus explicaciones, su sinceridad y la gentileza con la que acostumbra a abrir los ojos a los demás. Ya los comensales de ayer por la charla en la que aprendí mucho, pero se me encogió el corazón como cuando te caes del guindo de la ingenuidad. Me pasa a menudo. Me lo tengo que hacer mirar.
Deporte nacional: el perro se comió los apuntes.
El ejercicio de imaginación de buscar excusas peregrinas y, a veces, disparatadas es uno de los deportes nacionales en los que merecemos un oro olímpico. Entre estas falsas disculpas me atrae especialmente porque me dedico a la docencia la de «Seño, es que el perro se comió los apuntes» cuando uno no quiere hacer un examen porque no tiene ni idea de la asignatura.
Nuestro «perro que se come los apuntes» más característico es la conspiración. Nos gusta una teoría conspiranoica más que una buena fiesta. Y es perfecto para mantener alto el listón de crítica mordaz y negativa, y al tiempo, la más absoluta inactividad. Es esa actitud de juzgar, decidir y pontificar, apoyado en la barra de un bar, con el aplomo de quien tiene una autoridad indiscutible, pero si hay que hacer algo más que eso, ya me lo pienso. Retuitear peticiones de ayuda (sea para distribuir comida entre quienes lo necesitan como hace Ayudar a Quien Ayuda, o para salvar a un perrito que van a sacrificar, o para donar médula que es tan necesario y es indoloro), poner banderitas, y hacer declaraciones como si fuéramos el portavoz de nuestro propio reino, son cosas que sí estamos dispuestos a hacer, pero ya.
¿Por qué nos tragamos tan fácilmente cualquier conspiración? Primero porque quienes las promueven dicen medias verdades. Además, las medias mentiras se pueden demostrar pero hay que moverse, trabajar, hacer una búsqueda en internet, leer… nos come la pereza. Segundo, porque la conspiración es liberadora. Si hay un complot secreto, entonces no hay nada que hacer, puedo permanecer mirando al techo meciéndome en mi propia desidia.
Ahora mismo, yo creo que no tenemos gobierno porque cada partido cree que los otros partidos están conspirando, así que tratan de «desenmascararlos». Los del ranking de universidades son odian y por eso no hay ni una universidad española entre las primeras doscientas. El árbitro de fútbol siempre va con el equipo contrario. Los de la tribu de enfrente (liberal, libertaria, o mediopensionista) está a sueldo de un contubernio que pretende dominar el mundo. Como los reptilianos. Hay casi tantos complots como españoles.
Y mientras denunciamos todo este mal que nos acecha, abrimos otra cervecita en el campo, la playa, o después del trabajo, en este agosto tan caluroso, y seguimos dominados por tanta conspiración.
Mira, pues la próxima va a tu salud, David, que es tu cumpleaños.
Wendy, la guerrera y la cultura de la violación
Wendy McElroy no tiene pelos en la lengua. Cuando quiere decir histeria, dice histeria. Cuando quiere apretar la herida para sacar la pus, la aprieta. Y el lector puede entender el mensaje o escandalizarse y permanecer en su nube de algodón.
Ella no suele hablar lanzando flores, ni consignas, ni su intención es ser presidente, o presidenta, ni ser la primera mujer en la historia que hace esto o lo otro. Tiene esa extraña necesidad de expresar sus ideas, partiendo de sus estudios, pero también de sus vivencias. Y es entonces cuando su mensaje descarnado es tanto más necesario. A mí me hablaron de ella hace muchos años dos hombres a los que les estaré siempre agradecida: Manuel Lora y Juan Fernando Carpio. Desde entonces la leo y la sigo. Y finalmente por la aproximación tan parecida que tenemos de temas muy importantes para nosotras, es una persona mucho más cercana a mí de lo que podría pensarse. Me ha escrito para contarme que tiene un nuevo libro. Esta vez sobre la histeria que existe en Estados Unidos acerca de la cultura de la violación. Nada fácil.
Denuncia que, de alguna manera, la ficción de una supuesta «cultura de la violación» se ha instalado en la realidad, por obra y gracia de quienes están utilizando el drama de los abusos sexuales para sacar votos. No es nuevo: politizaron la pobreza, la enfermedad, la educación… ¿por qué no seguir con este tema tan delicado? Wendy no pasa por alto rebatir los fundamentos teóricos de este nuevo mal, causado por políticos y Estado. Y en concreto desenmascara los tres mitos en los que se sostiene la «cultura de la violación»: la violación es un hecho cotidiano en el día a día, está facilitada por el entorno social y el hombre ha creado una psicología de masas de la violación. A partir de ahí explica cómo los «convencidos» (true believers) crean noticias de violaciones en grupo en universidades, manipulan, mienten en los datos, y explica en qué consiste la dinámica de esta nueva histeria.
No solamente es un libro de denuncia. Wendy también estudia el daño psicológico individual a las víctimas de violación, que les impide sobreponerse a un drama tan duro, porque ser víctima no es victimizarse; a los hombres, etiquetados como violadores potenciales; y a la sociedad, en especial a los niños que son nuestro futuro. Y aporta soluciones y esperanza a quienes miramos desde afuera y somos afectados pasivamente por esta locura. Se trata de tratar la violación como un delito criminal, por un lado, y demandar cordura social, por el otro.
Hay que resaltar dos cosas. La primera que el libro trata de una realidad concreta: la de Estados Unidos. Y segundo: además de su formación y su honestidad impecable a lo largo de muchos años, a Wendy McElroy le avala el hecho de ser una superviviente a una violación. Por eso sabe de lo que habla cuando señala la importancia de superar y sobrevivir al trauma en lugar de enquistarse en la autovictimización y la victimización social, y menos aún por razones políticas.
Y acabo con una frase suya: «Defiéndete a ti misma y sus hijos contra los fanáticos de la cultura violación. Demanda cordura».
Es muy interesante escucharla explicar el argumento en este video de 12 minutos:
El libro se puede adquirir en papel o digital aquí:
Print:
https://www.amazon.com/Rape-Culture-Hysteria-Fixing-Damage/dp/1533629404/
E-book:
http://www.amazon.com/Rape-Culture-Hysteria-Fixing-Damage-ebook/dp/B01EENF4HW
Y ésta es su biografía en su página web.
A lomos de la negación: Chávez vive.
La negación es ese fenómeno psicológico salvífico que permite que los mayores horrores sobrevivan en las sociedades más avanzadas. Ese esa herramienta de la mente que nos permite vivir sabiendo que existe el mal, o la incertidumbre, o el dolor, el deterioro, las enfermedades. Bloquear la vista lateral y centrarse en lo que tiene uno delante. Y cuando más cerca mejor. No sea que veamos el horizonte y nos demos cuenta de que nos dirigimos a un acantilado. Mucho mejor mirar el paso corto, esquivar los charcos y los excrementos caninos, aunque nos aboquemos al abismo.
Y así nos llegan quienes ven cuestionada su financiación, pero cuya relación con Maduro y Chávez es pública y notoria. Porque, incluso si no han sido financiados ilegalmente, o si no han sido financiados en absoluto por el régimen tiránico de Venezuela, ir de colegueo, asesorarles, exhibirse con esos ejemplares de caciques de república bananera, expoliadores de un país rico y con potencial, es indecente y debería sonrojar a toda persona de bien.
Por el contrario, ahí tenemos al joven Garzón justificando lo que la ONU ha condenado como violación del derecho internacional por tortura, con la excusa de que Leopoldo López iba por ahí provocando golpes de Estado. Que es una manera de justificar tan tosca y rastrera como decir la la chica merecía ser violada porque llevaba una falda demasiado corta. Y claro, son todas unas guarras. Venezuela merece un tirano como Maduro, que viola el derecho internacional y es aplaudido por los anticonstitucionales españoles. Por ellos y por sus seguidores.
Porque, no contentos con las salidas de tono de Garzón, de los intentos de lanzar balones fuera de Pablo Iglesias, Errejón y su cuadrilla, ahora son los fan boys podemitas los que, al más puro estilo de macarra barato se cachondean cuando la prensa y los medios españoles dan cuenta del drama que está sucediendo en Venezuela. Comentarios acerca de la importancia que se da en los informativos al hambre y a las revueltas en Venezuela dan asco. Pero es preferible no hacerse eco, no mirar, y mejor todavía, mirar y reirse para que no nos señalen con el dedo, porque ese hambre no es culpa de «los malvados mercados» sino de tu colega, de ese al que asesoras. Y, estando en campaña electoral, no es conveniente que se divulguen esas noticias. Así que si tu amigo viola a una chica, es más fácil reirte de ella y decir que es una guarra que apartarte del bruto y condenarle públicamente. No hay coraje para salir mirando a cámara y decir: «Me parece fatal todo lo que está pasando«. Voy más allá. Imaginemos que, de verdad, estos políticos anticonstitucionales que se presentan como candidatos para regir nuestro destino y administrar nuestro dinero, creyeron en la llamada «revolución bolivariana». Entendería que, después de ver lo que ha pasado, dijeran: «Creí. Pero el objetivo no era éste. Retiro mi apoyo«. Sin embargo, el camino es el ya consabido esquema de negar, y cuando el drama es demasiado obvio, reirte de la víctima.
Bravo, valientes.
De la representación y la parodia.
Esta semana me voy a permitir el lujo de discrepar. Y es un lujo porque se trata de amigos liberales argentinos como Alberto Medina o Gabriel Zanotti, y otros muchos que han expresado su opinión acerca del escrache protagonizado por Carlos Zanini (político kirchnerista argentino) en un avión. La gente, de manera espontánea, comenzó a increparle de la peor manera. Alberto, Gabriel y mucho otros a quienes leo en Facebook, argumentan que es un acto cobarde que un grupo de 50 personas acose a insultos e increpe violentamente a una sola persona, en un lugar que (para mí) ya es de por sí asfixiante, como es un avión. Resumo las ideas principales: los problemas legales se disputan en la justicia, los problemas morales en el fuero íntimo, las opiniones siempre son respetables, pero este tipo de agresiones no tienen justificación; como no hay partidos políticos liberales en el Parlamento, se genera mucha frustración en la clase media porque no hay manera de combatir el socialismo en las urnas; que se critique todo lo que haga falta y la justicia cumpla su función. Sí a la condena social pero no al escrache y la violencia. La opinión que más me gusta y con la que estoy más en onda es la de Gustavo Lazzari, que copio de Facebook:
No me van los escraches. Me parecen una mariconada. Podemos intelectualizar y cacarear con lo de «condena social» y hartazgo y bla bla… Al rival se le gana en la cancha, con todas las armas. Seguro que los que joden a Zanini encerrado y solo en un avión van a un acto de la Cámpora y se hacen encima. Ni hablar si a los escrachadores le pedis $100 para una causa liberal o luchar contra la corrupción, para que bajen los impuestos y para demoler el sistema K. Salen zumbando como Máximo cuando se le rompe la play..
Así no, loco..
Vayamos a los debates y ganemos
Vayamos a las urnas y ganemos
Vayamos a la justicia con pruebas y metámoslo presos.
Todo lo demás es humo.
Mis dudas. En primer lugar, ¿por qué no hay partidos políticos liberales y los que hay no tienen representación parlamentaria? Yo ya le dediqué un capítulo en Las Tribus Liberales pero es un tema que da para mucho más.
Independientemente de eso, ¿existe de verdad una representación en este sistema político? Y no puedo por menos que traer el caso español a día de hoy. Los españoles que votaron (yo soy abstencionista recalcitrante*) eligieron al Partido Popular mayoritariamente, pero el resto de los partidos no le han consentido gobernar. El pacto de gobierno se ha hecho imposible, principalmente por la incompetencia de los mal llamados líderes políticos, que han jugado con el sistema (porque pueden) y han agotado la paciencia de los ciudadanos, a quienes ya nos da igual ocho que ochenta. Las declaraciones del encargado de formar gobierno por Felipe VI, el socialista Pedro Sánchez, el martes por la tarde, ofrecen un retrato bastante real de la infamia política de mi país. Y eso que no tenemos a la familia Kirchner. No me cabe duda de que no es un fenómeno español, en Argentina es igual o peor, y en otros países europeos probablemente también, pero mejor. No hay representación sino pantomima. No hay justicia independiente sino sesgada. No hay debate sino juego sucio. Y en esas condiciones, no hay tanto margen de actuación como mis amigos parecen transmitir. Y no justifico el escrache en el avión, posiblemente Gustavo tiene razón cuando afirma lo que afirma. Pero decirle a la gente «Tienes las urnas para ajustar cuentas y penalizar a los ladrones» es mentir. No sirven ya. Ni los tribunales sirven o no siempre. Precisamente de esta falla es de la que se nutre gente como Pablo Iglesias, el Chávez español. El cansancio hace mella y cuanto mayor es el hastío político, más fácil es unirse al «Por favor, ¡que venga el que sea menos esta gentuza!». Y ya tenemos a PODEMOS en el Parlamento.
Pero lo que más me ha gustado de la opinión de Gustavo Lazzari es «Todo lo demás es humo«. ¿Dónde nos deja esa frase tan certera a los liberales? ¿Perdemos los debates y las elecciones? ¿Emprendemos acciones judiciales contra los corruptos?
En otras palabras ¿Estamos fuera de la cancha?
* Soy abstencionista convencida. Estoy acostumbrada a que me dirijan todo tipo de insultos por ello, si se siente mejor, no dude en hacerlo. Mis principios me sustentan.
Dos son infinito
Dos son los años que se cumplen desde que Leopoldo López entró en prisión. Le prendieron en la calle, ante los ojos de gentes de todo el mundo, que vieron en sus pantallas del televisor, en sus cuentas de Twitter y Facebook, cómo se produce un abuso de autoridad de manera impune, y cómo mantener la gallardía cuando esto le sucede a un hombre valiente como Leopoldo.
Todos sabemos de las humillaciones que ha sufrido él (seguro que no se conocen todas), su esposa, Lilian Tintori, y su madre. Sabemos que es uno de varios, que estos atropellos no son cometidos solamente contra su persona. Lo sabemos porque Lilian ha recorrido medio mundo denunciando la situación de indefensión frente el gobierno de Nicolás Maduro, y ha hablado por él y por sus compañeros. Lilian se ha fotografiado con todo el mundo, ha logrado el apoyo de todo tipo de instituciones, gobiernos de diferentes colores. Y hoy se cumple el segundo aniversario del encarcelamiento de Leopoldo. Ni las denuncias de Amnistía Internacional ni de nadie han logrado la liberación de Leopoldo.
Yo he leído a políticos españoles que pretenden liberar al pueblo del yugo capitalista, de la «casta» de políticos ladrones, declarar que no justifican la violencia contra ningún político pero que Leopoldo es culpable de inducir al asesinato. Él simplemente expresaba su protesta pacíficamente en la calle, pero en los más de doscientos folios de la Fiscalía se le acusaba de ser «el determinador de los delitos de incendio y daño, autor del delito de intimidación pública y de asociación para delinquir», y se explicaba que en su discurso había mensajes subliminales que, no solamente inflamaron el sentimiento de la gente sino que determinaron actos potenciales, es decir, llevaron a la gente a la violencia, en concreto la Fiscalía señalaba los discursos del 23 de enero, y 10, 12 y 13 de febrero. Por supuesto, ya hay declaraciones de un fiscal que, una vez a salvo de Maduro, ha afirmado que se aportaron pruebas falsas.
La importancia de estos dos años no reside solamente en el drama personal de Leopoldo López, sino en que representa la humillación a que está sometido el pueblo de Venezuela. La impunidad del gobierno para manipular los precios, las propiedades, la salud, las vidas de los venezolanos; la impudicia con que se mantiene a la gente en la miseria y se compran delatores y complices que, tal vez, en una situación económica diferente no actuarían así; la precariedad de la vida en Venezuela mantenida tanto tiempo que la voluntad, la esperanza, y hasta los valores, ceden, son intolerables, como si se tratara de un macabro experimento social a gran escala para comprobar como se va quebrando el alma de toda una sociedad.
Los dos años de prisión de Leopoldo son el infinito de una situación de secuestro de todo un pueblo bendecido por la ley y por la democracia. Son el infinito de una fractura de todo sistema democrático que se manifiesta cuando los políticos españoles a sueldo de régimen chavista preguntan en televisión la razón por la que no hay que respetar a un presidente elegido democráticamente por un pueblo.
Pienso en Maduro y en el tipo de decisiones que toma y creo que es un hombre lleno de miedo a su propia debilidad. Ese tipo de tiranos son los más peligrosos. Y mientras él se parapeta en su propia barbarie, no todo el pueblo venezolano ha rendido sus armas: los valores, la dignidad, la voluntad y la esperanza. Una esperanza diminuta en que tal vez este nuevo Parlamento sea capaz de cambiar algo. Tan diminuta como la piedra que lanzó David con su honda contra el gigante brutal, que cayó contra todo pronóstico.
El que resiste, gana
Esta frase la oí por primera vez mientras preparaba mi tesis y mis cursos de doctorado. La persona que la pronunció era mi director de tesis entonces y actualmente es mi amigo y mi maestro. Mi manera de ser impulsiva, ansiosa de resultados inminentes hizo que me cayera fatal el consejo. ¡Pues vaya una manera de conseguir las cosas! ¡Por agotamiento!
Pero lo cierto es que es uno de esos consejos que vas asimilando cuando pasan los años y la realidad lima las aristas de la impaciencia. Hoy es el lema que podría definir la situación en Venezuela.
Ya sé que llevo unas dos semanas como obsesionada con el tema y que no hago más que escribir y comentar las novedades que nos llegan de ese país. Pero estamos ante un caso que puede marcar un sendero, una encrucijada, para la política latinoamericana. Gana la Democracia con D mayúscula o gana la manipulación y la perversión del sistema democrático. Una vez que los venezolanos deciden seguir los pasos de los estudiantes, a pesar de las bandas de boicoteadores, los que se aprovechan de la situación para robar y matar, y ese tipo de situaciones que lamentablemente se dan en cada revuelta política, exigen a Maduro que se vaya por conducir al colapso la economía del país. Podemos analizar si Maduro es la culminación del régimen chavista o su caricatura, pero lo importante es que la gente se ha lanzado a las calles y está siento reprimida con violencia oficial. ¿Eso es legítimo?
Al lado de ese fenómeno nos encontramos las reacciones de los países vecinos, menos vecinos, compañeros de lengua, amigos, y simplemente observadores distantes. Y lo más grande de todo es que no hay respuestas contundentes y claras, ninguna misiva llamativa. La tibieza con la que pronuncian ante los micrófonos mirando al papel escrito «Pedimos que acabe la violencia» suena en el aire de las calles de Tachira como el deseo de paz en el mundo de una miss regional de tres al cuarto. Son palabras vacías, dichas por compromiso, por no mojarse. Es la elocuencia de la cobardía emitida en los informativos de televisión. En resumen: un asco.
«Dejen de matar civiles» en un tono imperativo habría sido una buena manera de definir la posición de cualquier persona con cierta humanidad. Los líderes de derecha y de izquierda en España se miran unos a otros y ponen excusas del tipo «Te están manipulando, no lo sabes, pero hay intereses americanos detrás de los estudiantes» o bien «¡Pero si los venezolanos llevan protestando así por años!«. Ah, bien. Qué tranquila me quedo. Debe ser que no hay intereses cubanos detrás de Maduro. O que nadie sabe que hay petróleo en Venezuela, monopolizado por el Estado y utilizado como silenciador. ¡Y funciona! Todos callan o hacen declaraciones blandengues, porque todos temen qué pueda hacer Maduro con los contratos que se están firmando mientras caen los estudiantes. Y luego están la derecha más radical y la izquierda más radical posicionándose una frente a la otra, más pendientes de estar bien enfrentados que de analizar qué pasa en Venezuela. Les da igual los excelentes análisis de Juan Ramón Rallo y Manuel Llamas acerca de las causas y consecuencias económicas de lo que sucede, les interesa saber dónde está su oponente para ponerse al otro lado. Y esa actitud me cansa mucho.
A mí me preocupa cuándo van a recuperar la libertad (tal vez entregada en forma de votos) los venezolanos. Me interesa saber si quienes dicen aquí «ellos votaron» creen que nosotros nos merecemos, por tanto, la corrupción y la degradación política que tenemos en España porque, queridos, «ustedes también votaron«. Me pregunto si ese clamor en forma de susurro, ese grito en voz baja, de los líderes internacionales pidiendo el fin de la violencia no significa más bien: «Ay, dejen ya de pelearse que me van a obligar a cuestionarme mi propia hipocresía. Pacten, por favor». Yo estoy en contra de la violencia y a favor de los venezolanos. A favor de quienes piden por twitter que abran los wi-fi para que los manifestantes puedan comunicarse, quienes nos enseñan la sangre derramada, quienes tratan de organizar un poquito el caos, que intentan saltarse de alguna manera la censura informativa, y que luchan, nada más que reclamando seguridad, abastecimiento, y libertad.
El fin del régimen de Maduro implicaría que hay una esperanza para la libertad. El triunfo de Maduro mostraría de qué somos capaces los arrogantes países democráticos por nuestros semejantes, nosotros a quienes nos están pidiendo ayuda explícitamente los venezolanos, por no mover un dedo amparándonos en la constitucionalidad, y de ese modo putrefactando ese mismo concepto, tan importante para el desarrollo político de nuestra civilización.
Y para que gane la libertad, es imprescindible que los venezolanos se crean ese consejo tan simple que me dio Carlos Rodriguez Braun hace ya mucho tiempo: El que resiste, gana.
#VenezuelaResiste #Venezuelanoestasola
Por una Venezuela libre, yo acuso.
Acuso a Jorge Verstrynge, a Pablo Iglesias, a Juan Carlos Monedero, a Luis Alegre Zahonero, Carlos Fernández Liria y a todos aquellos españoles que están jaleando al dictador liberticida, Nicolás Maduro, como ya hicieron con su predecesor, el asesino dictador Hugo Chávez.
Les acuso de ser instigadores intelectuales y responsables ante la sociedad, no solamente española o venezolana, sino ante la sociedad libre, de la represión y los asesinatos de anoche en la manifestación estudiantil, y también de los anteriores, promovidos directa o indirectamente por Hugo Chavez.
Los crímenes chavistas pudieron ser omitidos por los medios europeos, pero la agresión estatal liberticida de anoche incendió Twitter en la madrugada española y, por más que Maduro trató (y trata) de secuestrar los medios informativos, por más que la intelligentsia oficialista liberticida de allí y de aquí está intentando manchar el nombre de quienes se tiraron a la calle a defender la libertad, los estudiantes, sus familiares, los vecinos, dieron cuenta con palabras e imágenes de cómo bolivarianos a sueldo de Maduro, armados y en motocicletas disparaban a la cabeza de tres estudiantes. No fue una pelota de goma extraviada. Fueron tres ejecuciones, tres asesinatos.
Y yo me pregunto si en este mundo civilizado, estos antisistema de iPhone y redes sociales, profesores universitarios pagados con los impuestos de los españoles, con la tripa llena y ensalzados por sus grupies, tendrían el coraje de irse allí, sin privilegios, a vivir la tortura diaria, a cámara lenta, que están viviendo los venezolanos, en general, y en particular aquellos que defienden abiertamente la libertad. Si no mojarían sus pantalones de pana progre al ver morir a sus alumnos en las calles defendiendo la libertad.
Y me respondo en silencio: «Arde Venezuela».