Lo que me toca las narices de El País

Pues nada. Esta vez es El País, periódico sin sesgo ni amo el que ha publicado algo sobre «los ultras». Y me daría igual, en serio… si no fuera porque me salpica.

Participo desde hace un tiempo en dos tertulias, la tertulia política en Es La Noche de César en esRadio/Libertad Digital y en la tertulia económica de Cierre de Mercados de Susana Criado en Intereconomía. Dos cadenas de televisión de las que emiten en TDT que los imparciales y siempre pendientes de informar neutralmente de El País, consideran de ultra-derecha. No pongo los enlaces para no hacer publicidad.

Si analizamos el texto da la sensación de que hay cosas que no cuadran. Sin ánimo de ser exhaustiva:

– Julio Ariza, ex diputado del PP, es ultra. ¿Cuál es el argumento para afirmar que es ultra? ¿el alcalde de Madrid por ser del PP también? ¿Iñaki Gabilondo es neutral? ¿los del PSOE son ultras de izquierda?

«Para evaluar el cumplimiento de los compromisos adquiridos, PSOE e IU reclaman que un organismo neutral (el futuro Consejo Audiovisual estatal, por ejemplo) tenga capacidad para revocar las licencias de aquellos canales cuyos contenidos no se ajusten a las condiciones de la concesión». ¡Ah, claro! Es que IU y PSOE son neutrales también, y entienden que no puede ser que haya lugar para la derecha en ningún ámbito.

«Coloquios monocolor en los que se destilan los argumentos más reaccionarios y ultras han conquistado las pantallas de la nueva televisión». ¿Las tertulias de Luis Herrero con Elena Valenciano, las entrevistas de César Vidal a todo lo que se menea y se deja entrevistar, las tertulias de Susana Criado con Sebastián Reina o Alejandro Inurrieta, ambos del PSOE, son ultras? ¿Las tertulias de La Noria son multicolor?¿María Antonia Iglesias o Enric Sopena son moderaditos?

– «Las tertulias políticas son un buen termómetro de esa salud. «Ni son plurales ni tienen intención de serlo», apunta. «A veces tienen un toque de color (rojo) pero eso no implica que sean neutrales». Sotillos abunda en esta idea: «Somos la guinda». Y en las tertulias de las cadenas mayoritarias de televisión, cuyas concesiones son más que cuestionables, me pregunto ¿qué representación tiene la derecha? ¿y la derecha más radical?

El socialista Antonio Miguel Carmona es uno de los políticos que con asiduidad frecuentan las tertulias. A menudo, es la cuota de la izquierda en debates en los que la derecha gana por goleada (cinco a uno, las más de las veces). No se considera un sparring ni un tertuliano tipo. «Soy profesor de macroeconomía en la Universidad San Pablo CEU y voy donde me dice mi partido». Reconoce que la asimetría en el plató obedece «al desequilibrio que existió a la hora de otorgar las concesiones de TDT, sobre todo, en comunidades como Madrid». No. Es profesor de Economía Española y de Economía Mundial en la misma universidad en la que yo trabajo y queda claro por sus declaraciones que, no solamente va donde le dice el partido, sino que dice lo que le dice el partido.

Y eso me lleva a mi última reflexión que, con perdón, se refiere a mí.

Creo que nuestra derecha y nuestra izquierda son defensores de un Estado que se lo lleva crudo y creo que es necesario desmontar ese Estado. No creo en sus buenas intenciones, aunque sí creo que algunas personas dentro de los respectivos partidos se creen lo que les dice el partido y luchan por lo que creen que es justo y posible, es decir, un Estado al servicio de los ciudadanos. Siempre hay excepciones. A mí me parece que ese sueño es más utópico que ver un burro volando. Ya sé que mi idea de llevar la libertad/responsabilidad individual hasta sus últimas consecuencias es considerado por muchos (casi todos) como una utopía adolescente. Ya… Pero a esos que me atacan y se ríen (a veces en mi cara demostrándome su poder argumentativo) les diría que «su» Estado mínimo es una falacia como lo demuestra toda la historia de la humanidad.Y no les diría nada más porque prefiero hacer cosas y no perder el tiempo. Desde luego, vivo en este país, con estas reglas del juego y no camino sobre las aguas… pero me rijo por unos principios que se centran en la libertad individual y el respeto a la misma, a la mía y a la de los demás.

No hablo de religión en público. Me parece un tema demasiado íntimo. Punto.

Defiendo la igualdad ante la ley de todas las personas con todo lo que eso implica, no importa con quién se acueste uno, o si vende su cuerpo (que siempre es mejor que vender su alma) si viste sotana o si es pobre o rico. Todos por igual. Defiendo la libertad de expresión para todos: el etarra, el nazi, El País, Libertad Digital o quien sea. Y si molesta, boicotee usted, no compre el periódico, escriba contra esa idea, haga un buen corte de manga. Mientras no mienta, exprésese. Si está usted generando odio y no me gusta, yo debería hacer algo (no pedir al Estado que lo haga por mí por si mancho los pantalones o porque es más cómodo).

Me parece un error que se paga a largo plazo legislar cuestiones morales que se deberían asimilar de otra manera. Uno se percata de ello cuando alcanzan el poder de legislar quienes tienen una moral diferente.

Una vez dicho esto… tal vez soy ultra.

Yo voy donde me llaman y digo lo que opino con la moderación que considero. Me da exactamente igual esa etiqueta, como me da igual que me llamen libertaria, liberal, carroza, retrógrada, progre, mala, buena o imbécil… pero que me acusen de ser de derechas, no lo soporto.

La verdad de las mentiras.

Éste es el título de una de las obras de Mario Vargas Llosa (se puede leer online). Para quienes padecemos la procrastinación casi como patología o más bien como forma de vida es muy fácil engancharse en la lectura de los textos de Vargas Llosa (padre). Y para una persona como yo a quien no le gusta la novela en términos generales, este libro es especialmente atractivo. Se trata de un ensayo en el que el novelista habla de la novela, examina algunas novelas que a él le han gustado y te lleva a darte cuenta de lo maravilloso que es el mundo de la literatura.
Casi al comienzo, el autor reflexiona de la mano de Karl Popper y su «sociedad abierta» acerca de la frontera entre la verdad histórica y la verdad literaria. Para Vargas Llosa esta diferencia es prerrogativa precisamente de las sociedades abiertas:
«… autónomas y diferentes, la ficción y la historia coexisten, sin invadir ni usurpar la una los dominios y funciones de la otra.»
En cambio, nos hace notar cómo en las sociedades cerradas el poder se arroga el privilegio de controlar hasta la memoria de los ciudadanos, y desde la autoridad política se manipula el pasado, en uno u otro sentido, para justificar el presente. Así nace la historia oficial, la organización de la memoria colectiva:
«… protagonistas que aparecen o desaparecen sin dejar rastro, según sean redimidos o purgados por el poder, y acciones de los héroes y villanos del pasado que cambian, de edición en edición, de signo, de valencia y de sustancia, al compás de los acomodos y reacomodos de las camarillas gobernantes del presente».
Qué lamentable y dolorosamente cercanas me resultan las palabras de Mario. Ya no hay neutralidad. Te tienen que caer bien determinados personajes o de lo contrario te señalan con el dedo y te etiquetan de roja, facha, progre, retrógrada, inmoral o ignorante. Una ya no tiene la posibilidad de enamorarse de los personajes o de deplorarlos de forma subjetiva y seguramente injusta. A mí Isabel la Católica siempre me cayó fatal y creo que tuvo algo que ver en la enfermedad mental de su hija Juana. Me caía bien Aníbal, mal Colón, bien Viriato, mal los Borbones en general, y así, desde pequeña me he creado un universo paralelo y maniqueo de personajes históricos, supongo que como la mayoría de los colegiales.
Pues ahora ya no vale. Hay no una, sino dos historias contrapuestas que no admiten duda ni interrogación. Si analizas críticamente la historia de Lincoln, si recuerdas los muertos de Paracuellos, o si , por otro lado, recuerdas que Franco no fue un angelito y que las mujeres no podíamos abrir cuentas corrientes sin la firma de un hombre, te miran con los ojos desencajados y te marcan.  Sacan sus toneladas de datos manipulados, de escritores de cuarta a sueldo, de historias escritas por doctores en historia que consiguieron su título bajándose los pantalones o, con suerte, en una tómbola de feria, y te argumentan que no, que no fue  así, estás terriblemente contaminada por el enemigo.
Pero lo peor de lo peor es cuando la ficción se instala en el presente. Entonces es cuando, además de cerrada, nuestra sociedad está gravemente enferma.Y eso, desde luego, es obra de nuestro sin par presidente (sin par, por fortuna; agradezco desde aquí a quien rompiera el molde).

No solamente no hay crisis, nuestro sistema financiero va como un cohete, las cajas de ahorro no tienen apenas problemas, estamos saliendo ya mismito de la recesión («en cualquier momento», palabras textuales), hay una conspiración para machacar en general a la zona euro y en concreto a los países mediterráneos, vamos a enseñar a los americanos de míster Marshall a fabricar «en verde», y a los europeos lo que es el coche eléctrico (los coches de choque de las ferias, imagino) y a crear puestos de trabajo. Además de todo eso, resulta que Roldán, perfectamente redimido y reinsertado se va a pirar a las Antillas francesas en unos meses a vivir de su fortuna y sin pagar ni un 9% de lo que le corresponde. Y eso es justicia democrática. Los actores fotografiados apoyando al gobierno reciben dinero que el gobierno recauda coactivamente de todos los españoles, y cuando hay protestas en la entrega de los premios de cine, se dicen a sí mismos (y en la tele del gobierno) que están atacando a la cultura (es decir… ellos son la cultura). El mismo gobierno que negó la crisis durante meses para ganar las elecciones, que no tomó las medidas enérgicas que necesitábamos una vez ganadas, para no soliviantar a su amo (los sindicatos), y tras la caída en picado de nuestra situación, exige un pacto para que todos los demás ayuden a resolver su papeleta y, sobre todo, para que no critiquen. El Jefe del Estado, que jamás se mete en nada, excepto para hacer callar al gorila rojo haciendo alarde de su falta de diplomacia, le cuenta a la prensa que lleva ya un tiempo moviendo hilos por debajo de cuerda para propiciar un pacto de Estado, y el gobierno niega la mayor y dice que no, que el Rey no está mediando. El Estado rompe el supuesto pacto social con los ciudadanos y sigue defendiendo que todo lo que te quita, lo que te manda, la responsabilidad arrebatada… es por tu bien. Una niña de 15 años no puede fumar, comprar vino, votar a sus representantes, conducir un coche, o entrar a una discoteca, pero puede ir a abortar solita porque es mayor, es su cuerpo y su responsabilidad.

Y para remate: todo sin complejos. En los medios. A la vista. Y todos mirando cómo nos engañan y haciendo «como si» a sabiendas en lo más íntimo de nuestro ser que eso no es así. Todos mirando el abismo que se nos viene.

Sobre pensiones y pastillas

Hoy he publicado este artículo en la página del Instituto Juan de Mariana.
El anuncio del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, de las medidas referentes a la reforma de las pensiones en España ha revolucionado el gallinero. Mientras que unos tratan de salvar lo que tiene de positivo alargar la vida laboral, al menos en determinadas profesiones, otros, como Juan Ramón Rallo, insisten en recordar lo peligrosamente parecido que es nuestro sistema de reparto a la estafa piramidal tipo Ponzi o Madoff.
Una de las cosas que un buen maestro debe hacer con su pupilo es iniciarle en el oficio. En mi caso, mi maestro hizo lo propio en 1995 cuando publicamos conjuntamente un artículo titulado ‘Pobres viejos pobres’ en la Nueva Revista de Política, Cultura y Arte. Las conclusiones generales de aquel estudio se sostienen hoy en día. Sobre todo, la principal: el sistema de reparto ha puesto en peligro el futuro de los pensionistas del mañana. Otra de las conclusiones es que pasar de un sistema de reparto a uno de capitalización no es cosa fácil, las transiciones suelen ser siempre complicadas: si el sistema de reparto tiene una amplia cobertura de contingencias es difícil pasar a un sistema de capitalización que cubra todas ellas. Personalmente, aprendí lo complicado que es afirmar cosas a rajatabla cuando se trata un tema complejo que depende de muchas variables que cambian al mismo tiempo pero no necesariamente (y no, normalmente) como nosotros desearíamos. La propuesta del artículo es humilde: el análisis, país por país, de la alternativa privada, a pesar de ser cara y de necesitar un mercado financiero cuidado, para tratar de zafarnos del desastroso sistema de reparto.
Pero el enfoque sobre las medidas del gobierno que me parece más relevante es el que señala Gabriel Calzada en su artículo “Metiendo miedo con las pensiones”. Las pensiones, desde siempre, han sido un arma arrojadiza de la izquierda, empleada para atemorizar a quienes, después de una dura vida de trabajo, quieren retirarse con cierta tranquilidad económica. Y como se trata de una herramienta para ganar votos y titulares, el discurso puede cambiar de un año para otro. De ahí que de abril del 2008 a febrero del 2010 se haya pasado de estigmatizar al gobernador del Banco de España, a reclamar la necesidad de tomar medidas… las mismas que defendía Fernández Ordóñez o parecidas.
Claro que hay miedo intergeneracional ¿los jóvenes del día de mañana me pagarán mi retiro? ¿Qué hacen que no están teniendo miles de niños para asegurarme mi pensión, a mí que pago religiosamente mis impuestos para mantener a los mayores de hoy?
La cosa no es tan sencilla. Dependemos de las proyecciones a largo plazo que los expertos hacen sobre la población, y que suelen ser deficientes; del mercado de trabajo; del crecimiento económico; de los shocks económicos externos (seguimos viviendo, afortunadamente, en una economía globalizada). Es decir, no estamos planificando en un sistema cerrado, en un estado estacionario. Ni siquiera se aplican los incentivos adecuados para que se cumplan las previsiones que los expertos realizan.

Algunos consideran que la cosa va mal desde que las mujeres nos incorporamos al mercado de trabajo y que nosotras creemos que estábamos mejor viviendo como la generación de nuestras madres. Yo no comparto esa idea. Y que la opinión de algunas mujeres se eleve a la categoría de argumento me parece demagógico. La decisión de que la madre y el padre trabajen, la crianza de los hijos, el sustento de la familia, no son decisiones que se tomen en solitario sino en conjunto, y son privadas, así que en todo caso habría que ver qué hacemos las mujeres, si abandonamos el mercado laboral o no, y las razones. Ahora bien, ¿qué incentivos han tenido las familias (no las mujeres) para tener muchos hijos? Pues más bien pocos. Y no hablo, por supuesto, de subvenciones, sino de los valores de la comunidad. En unos casos se impide que las familia ‘atípicas’ críen hijos y en otros se valora el confort y la ‘realización’ de la mujer por encima de otras cuestiones.

Otro tema es si el sistema de pensiones actual está o no quebrado, y si va a quebrar. Y después de leer a unos y a otros me acuerdo de la escena de Matrix en la que Nemo tiene que decidir que pastilla tomarse (si tomas la pastilla azul despertarás en tu cama y te limitarás a creer lo que te interese creer). En mi opinión, la mente humana está preparada para tragar las mentiras cuanto más grandes, mejor. Puedo dudar del cambio que me da el frutero, pero si el gobierno dice que el sistema de pensiones goza de excelente salud seguro que es verdad. Y así, en el imaginario colectivo, es imposible que un país quiebre, si no hay un orden impuesto coactivamente llegamos al caos, y si no dejas que el Estado haga lo que quiera con tu dinero odias a los niños, a los ancianos, a los pobres y quieres la destrucción de la madre Tierra.
Una ronda de pastillas azules, por favor….
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