Autoayuda para todo… y también para la crisis

En el comentario de la página del Instituto Juan de Mariana que se publicó ayer, comparo las políticas implementadas en nuestra sociedad con los libros de autoayuda, en lo que tienen de timo.

La razón del éxito de estos libros es que mientras que la respuesta real a un problema o a una crisis normalmente implica renuncia y dolor, estos libros sirven de bálsamo instantáneo. Te incitan a pensar lo mejor de ti mismo aunque no sea real, a rechazar todo sentimiento de culpa, de dolor, de conflicto. Y para ello, nada mejor que desplegar el más ingenuo de los optimismos aderezado, a ser posible, con dosis moderadas de exotismo, universalidad y mensajes buenistas. Cómo canalizar la rabia, cómo sanar su mente, cómo entender a los hombres (o a las mujeres), cómo ser una madre (padre) de adolescente, cómo no perder la magia, cómo encajar la menopausia, cómo no dejarse avasallar por el jefe, cómo vivir en armonía con las fuerzas telúricas, cómo hacer los sueños realidad…

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Nuestros más destacados políticos, y la sociedad en general, están guiados por este tipo de principios y los aplican a cualquier conflicto. ¿Qué hacer ante la crisis económica? Primero negarla, eso siempre dará tiempo para ver qué hacen los demás y decidir quiénes son nuestros afines e imitar sus conductas. En segundo lugar, quítele importancia, los pensamientos negativos no son buenos para nadie, le impiden que fluya la energía positiva, que es la que cristaliza en soluciones. En tercer lugar, no pronuncie palabras tabú, use un lenguaje que confiera cierta confianza por espuria que sea a quienes le escuchan. En lugar de soluciones adopte medidas paliativas. Esta es la técnica peculiar de nuestros líderes de diseño, que se resume en el famoso lema «Podemos».

La segunda idea que expongo y que daría para un comentario en sí misma es la máxima asumida por gran parte de la sociedad (siempre con los medios de comunicación y los políticos a las maracas) según la cual lo nuevo siempre es mucho mejor que «lo de siempre». Esta reflexión, que procede de mi lectura de C.S. Lewis y sus Cartas de un Diablo a su Sobrino la tenemos a la orden del día. Los políticos de todos los partidos animan al cambio, a cualquier cambio,sin perfilar el punto de llegada, simplemente se abandera un cambio radical y se hace proselitismo del salto al vacío con o sin paracaídas. Eso es lo de menos, lo de más es no caer en «lo de siempre».

Cuando vienen vacas flacas las empresas recortan gastos y reducen plantilla. La solución de autoayuda es impedirlo, o prometer a los futuros parados (al módico precio de un voto) un sueldo por no trabajar, un pisito de protección oficial, una semanita en Marina D’Or a costa del contribuyente solidario a la fuerza… Lo que no es popular es asegurarse de que los posibles parados puedan encontrar más fácilmente otro trabajo, porque eso implica abaratar el despido, es decir, abaratar el coste de contratar un trabajador para el empresario. La realidad es que no se flexibiliza el mercado laboral «oficial» pero se da pie a que aparezca un mercado negro de trabajadores.
Si se han tomado decisiones irresponsables, lo de siempre es apretar los dientes y asumir la responsabilidad de la elección. Solamente así quienes tienen que confiar en un gestor sabrán cuál es el bueno y cuál no. Pero es más fácil de vender que la responsabilidad de los gestores y de los inversores es de índole «social», nos afecta a todos y todos pagamos. Al menos en los casos que convenga.
Hace unas semanas, Pablo Molina trataba de convencerme de que soy conservadora.Yo me negaba en rotundo.

– «¿Tu no quieres conservar las instituciones básicas de nuestra sociedad occidental?»

Y le respondí esperando alguna diatriba politicona:

– «¿Y cuáles son para tí?»

A lo que me contesto:

– «Pues las de siempre. Lo demás son intereses políticos.»

Me quedó muy claro.

Nota: Sigo sin definirme como conservadora en términos políticos. No por nada, simplemente por no marear.

Autoayuda para todo… y también para la crisis

En el comentario de la página del Instituto Juan de Mariana que se publicó ayer, comparo las políticas implementadas en nuestra sociedad con los libros de autoayuda, en lo que tienen de timo.

La razón del éxito de estos libros es que mientras que la respuesta real a un problema o a una crisis normalmente implica renuncia y dolor, estos libros sirven de bálsamo instantáneo. Te incitan a pensar lo mejor de ti mismo aunque no sea real, a rechazar todo sentimiento de culpa, de dolor, de conflicto. Y para ello, nada mejor que desplegar el más ingenuo de los optimismos aderezado, a ser posible, con dosis moderadas de exotismo, universalidad y mensajes buenistas. Cómo canalizar la rabia, cómo sanar su mente, cómo entender a los hombres (o a las mujeres), cómo ser una madre (padre) de adolescente, cómo no perder la magia, cómo encajar la menopausia, cómo no dejarse avasallar por el jefe, cómo vivir en armonía con las fuerzas telúricas, cómo hacer los sueños realidad…

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Nuestros más destacados políticos, y la sociedad en general, están guiados por este tipo de principios y los aplican a cualquier conflicto. ¿Qué hacer ante la crisis económica? Primero negarla, eso siempre dará tiempo para ver qué hacen los demás y decidir quiénes son nuestros afines e imitar sus conductas. En segundo lugar, quítele importancia, los pensamientos negativos no son buenos para nadie, le impiden que fluya la energía positiva, que es la que cristaliza en soluciones. En tercer lugar, no pronuncie palabras tabú, use un lenguaje que confiera cierta confianza por espuria que sea a quienes le escuchan. En lugar de soluciones adopte medidas paliativas. Esta es la técnica peculiar de nuestros líderes de diseño, que se resume en el famoso lema «Podemos».

La segunda idea que expongo y que daría para un comentario en sí misma es la máxima asumida por gran parte de la sociedad (siempre con los medios de comunicación y los políticos a las maracas) según la cual lo nuevo siempre es mucho mejor que «lo de siempre». Esta reflexión, que procede de mi lectura de C.S. Lewis y sus Cartas de un Diablo a su Sobrino la tenemos a la orden del día. Los políticos de todos los partidos animan al cambio, a cualquier cambio,sin perfilar el punto de llegada, simplemente se abandera un cambio radical y se hace proselitismo del salto al vacío con o sin paracaídas. Eso es lo de menos, lo de más es no caer en «lo de siempre».

Cuando vienen vacas flacas las empresas recortan gastos y reducen plantilla. La solución de autoayuda es impedirlo, o prometer a los futuros parados (al módico precio de un voto) un sueldo por no trabajar, un pisito de protección oficial, una semanita en Marina D’Or a costa del contribuyente solidario a la fuerza… Lo que no es popular es asegurarse de que los posibles parados puedan encontrar más fácilmente otro trabajo, porque eso implica abaratar el despido, es decir, abaratar el coste de contratar un trabajador para el empresario. La realidad es que no se flexibiliza el mercado laboral «oficial» pero se da pie a que aparezca un mercado negro de trabajadores.

Si se han tomado decisiones irresponsables, lo de siempre es apretar los dientes y asumir la responsabilidad de la elección. Solamente así quienes tienen que confiar en un gestor sabrán cuál es el bueno y cuál no. Pero es más fácil de vender que la responsabilidad de los gestores y de los inversores es de índole «social», nos afecta a todos y todos pagamos. Al menos en los casos que convenga.

Hace unas semanas, Pablo Molina trataba de convencerme de que soy conservadora.Yo me negaba en rotundo.

– «¿Tu no quieres conservar las instituciones básicas de nuestra sociedad occidental?»

Y le respondí esperando alguna diatriba politicona:

– «¿Y cuáles son para tí?»

A lo que me contesto:

– «Pues las de siempre. Lo demás son intereses políticos.»

Me quedó muy claro.

Nota: Sigo sin definirme como conservadora en términos políticos. No por nada, simplemente por no marear.