Me ponga cuarto y mitad de calidad, por favor…


Segundo post de la serie La gallina dijo Eureka. Esta vez acerca del planteamiento que se hace en el Plan de Bolonia de la calidad de la enseñanza universitaria.

El monotema del Plan de Bolonia es la calidad. Aceptemos pulpo como animal de compañía: necesitamos títulos de mejor calidad para competir con los de las universidades americanas. Bien. Y ahora planifiquemos desde arriba esa mejora de la calidad. Vale. Para ello definamos calidad de la enseñanza universitaria. Bueno. Como punto de partida… ¿cuáles son las funciones, los objetivos de una universidad? Desde el XIX son básicamente tres, a saber, docencia, investigación y acceso al mercado laboral.

El Plan de Bolonia deja muy claro que hay que aumentar la calidad tanto de los títulos como de las instituciones universitarias. Que debe ser responsabilidad de cada institución. Que debe evaluarse la calidad mediante agencias especializadas que aseguren la mejoría de la calidad. Y que estas agencias de calidad deben tener a su vez el sello de calidad que implica el estar registradas en el registro pertinente de la Unión Europea, no vale cualquier agencia.

Y cuando uno acude a los informes de un pool de las mayores y más prestigiosas agencias de calidad con sello, certificado, marchamo y póliza de supervisión de rigor se encuentra, para empezar, con que se deja de lado la medida de la calidad investigadora.

Buen comienzo. Para empezar una de las losas que pesan sobre las cabezas de los profesores universitarios es precisamente la medida de la calidad de su investigación, que en nuestro país toma la forma del horroroso palabro SEXENIO. ¿Tiene usted tres sexenios? Es usted un hacha. ¿No tiene sexenios? No vale usted para nada. Me ciño a Economía, por supuesto.
Poco importa que los profesores que no están a tiempo completo no puedan normalmente acceder a ese reconocimiento oficial (estatal). ¿Es usted un Premio Nobel pero no tiene sexenios? Nada… es usted un manta.

Pero demos por bueno que la dedicación de un profesor que se precie debe ser completa. Obviemos el carácter funcionarial que imprime en el investigador. ¿En que consiste eso del SEXENIO? Seis años con un número determinado de publicaciones «reconocidas». Es decir, publicaciones A, revistas científicas registradas en el registro pertinente, oficial (estatal) con evaluadores anónimos. Eso estaría muy bien si el mundo de las publicaciones científicas fuera claro y transparente. Pero cuando una se harta de oír «Mándame tu artículo de hace dos años, lo retocas y te lo publico». O bien «Aprovecha que está menganito de director, que seguro que te publica tu artículo»… empieza a sospechar. Por no entrar en que en aquellas áreas de investigación más áridas (la política económica o la economía del desarrollo hoy por hoy se llevan la palma, la metodología no interesa a casi nadie) hay una o ninguna publicación en España. Bien, pensará usted, pues publica fuera, tontaina. Ya, pero además del handicap de tener que manejar el inglés lo suficiente como para escribir un artículo científico (que es mucho más que ver House en versión original y hablar con la familia guiri en guiri), resulta que el tema del padrinazgo también funciona a nivel internacional. Vamos, que la gente que vale tarda tres años en publicar un artículo. Tres, desde que acabas de parir los 30 folios.

Con razón las agencias de calidad estupendísimas no se mojan. ¿Y la calidad de la enseñanza? No definen qué es. Eso que lo decidan las universidades (bajo el ojo vigilante del Estado que subvenciona), que las agencias evaluarán los resultados. Es decir, que el tema queda en manos de la politizada universidad española, a la intemperie y expuesta a las feroces luchas departamentales que tanta vergüenza me dan.

En serio, así no hay manera.