La gallina dijo Eureka: competencia regulada

Con esta entrada abro una serie de posts extraídos de mi ponencia sobre la reforma universitaria de Bolonia. Son ideas y aspectos que se pueden aplicar en su mayoría a otros ámbitos y que mientras que a mí me parecen obvios a mucha gente no, de ahí el título de la serie «La gallina dijo Eureka«. Para entenderlo es imprescindible el visionado del video de Les Luthiers con el mismo nombre que he incluído al final del post, para su deleite.


LA COMPETENCIA REGULADA NO ES COMPETENCIA.

Resulta que el fin último del Plan de Bolonia es que los títulos universitarios europeos superen en calidad, y puedan competir, con los estadounidenses que, desde hace mucho tiempo, y en términos generales, nos llevan la delantera. Bien. Pues compitamos. Pero deje usted que las universidades europeas (o no europeas, que eso ya es lo de menos) tengan manos libres para implementar las mejoras que les parezcan oportunas y que gestionen la docencia y la investigación a su modo.

Si competir implica planificar desde arriba las características que «deben» tener las universidades, los profesores y los planes de estudio para ser mejores que quien sea, no se está compitiendo… se está planificando. Y llámelo compretencia regulada o regulación de mercado… no es competir.

¿A quién beneficia esta mezcla absurda y carísima de conceptos? A quienes viven de la planificación, es decir, a los planificadores. Resumiendo: ni a los alumnos, ni a los profesores (eso se lo aseguro), ni a los gestores de la universidad.

Pero, en última instancia ¿se consigue lo que se pretendía: mejorar la calidad y hacer frente a los títulos de universidades americanas? Pues no. Así de claro.
A quienes ya están con la mano levantada dispuestos a decirme «Oiga todo muy bonito, pero usted habla de una utopía, nunca las instituciones universitarias han competido y nunca podrán» tengo que decirles que es más bien al revés. Solamente desde el siglo XIX (dos siglos en tiempo histórico es muy poco) las universidades son tal y como las conocemos. Fue Humboldt (y alguno más) quien atribuyó a las universidades la cualidad de representar la identidad y cultura «nacionales» lo que justificaba una fuerte presencia del Estado en su organización y funcionamiento. También fue entonces cuando se pervirtió el fin último de la universidad (docencia e investigación) y se convirtió en una máquina expendedora de títulos que te facultan para incorporarte al mercado de trabajo. Es decir, la titulitis y la obsesión por la colocación viene del XIX, no de antes.

Pero unos siglos atrás, cuando las universitas (los studium generale) habitualmente bajo la protección papal, se quedan obsoletas como centros de investigación (hablo del Renacimiento), surgen espontaneamente y en competencia otras instituciones: las reales academias y las sociedades científicas. Es en ellas donde los científicos más destacados de la época realizan sus mayores logros (Huygens, Copérnico, Tycho Brahe…), sin que ello les impidiera dar clase en alguna universidad. Por supuesto que no todas tenían financiación completamente privada. El modelo de la Académie Royale des Sciences de París era público, pero no se trataba de una competencia regulada porque no se diseñaba desde arriba el mercado… y de hecho, la rivalidad con la Royal Academy de Londres que era completamente privada era feroz.

Así que no se trata de una idea irrealizable, sino al revés, lo utópico es diseñar una universidad modélica y perfecta, lista para desbancar a todo el que se ponga por delante, en este caso, los títulos de universidades norteamericanas. Y mucho más cuando el fin que ha servido como excusa (mejorar la calidad para poder competir) se ha disuelto en las etapas tempranas del Plan de Planes como la sal en el agua… ¿como lágrimas en la lluvia?

Más en la segunda entrega…

La gallina dijo Eureka, por Les Luthiers

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