Si se me ocurre ir por la calle Serrano, entrar en un bar y pedir una cerveza en esperanto, lo más probable es que no me hagan ni caso. Los pueblos adoptan la lengua de mayor uso, y gracias a eso (según los expertos lingüistas) hay comercio e intercambio cultural con otros pueblos lejanos. Lo más lógico es que aunque de repente el de las cejas picudas se le ocurriera proclamar que no hay idiomas oficiales y que viva la madre que te parió, no cambiarían mucho las cosas.
Si mi familia materna fuera irlandesa hablaría en gaélico con ellos por conservar la tradición, y en los pueblos de allí que entiendan esa lengua también nos hablaríamos en gaélico. Pero de ahí a que sea por mis narices, va un abismo.
¿Y permitiríamos que los catalanes hablaran en catalán y sólo en catalán? Sí, por supuesto, pero el catalán que hable español será entendido en medio mundo y el que hable sólo en catalán, no…
¿Y los documentos oficiales? Pues que los manden en un idioma que entienda la mayoría, véase, el español. Pero no por nada, es que la funcionaria de Cáceres no tiene por qué saber euskera o gallego, y al tercer documento oficial devuelto, al cuarto plazo acabado por un quítame allá esas lenguas, se acabó la toentería. En puestos oficiales, lo normal es que se exijan los idiomas más hablados. Lo que no es normal, todo sea dicho es que el presidente español no sepa inglés.
Si uno trata de publicar en una revista «científica», con evaluadores anónimos y toda la pesca, no manda el artículo en castellano, lo manda en inglés… y no hay norma, ni ley, sino costumbre.
Sinceramente, y ahora que lo pienso, a lo mejor sería mucho más fácil.